Prólogo de Daniel Larriqueta para La generación pionera (1924-1939)

El escritor argentino Daniel Larriqueta fue autor de uno de los prólogos (el otro lo hizo el maestro Oscar Panno) de La generación pionera (1924-1939), primer libro de la colección Historia del Ajedrez Olímpico Argentino, de Sergio Negri y Enrique Arguiñariz, editado por el Senado de la Nación. A continuación compartimos con nuestros lectores un texto que, entre otras notables contribuciones, incluye referencias al inca Atahualpa, el primer ajedrecista nacido en suelo americano. 

Prólogo de un lector

Ningún escritor puede atreverse con soltura al universo del ajedrez sin presentar primero saludos a Ezequiel Martínez Estrada que dedicó al juego ciencia un libro canónico, “Filosofía del ajedrez”, y lo tuvo siempre presente en sus obras como lo estuvo en su vida. Nuestra única ventaja sobre aquel maestro es que él escribía en el bullente mundo ajedrecístico de una época de esplendor y hoy lo hacemos con la perspectiva que nos da el tiempo.

La Historia del Ajedrez Olímpico Argentino que empieza con este primer tomo puede mirar hacia atrás con ojos de cien años y presentarnos así los vaivenes de una disciplina de excelencia que ilustra buena parte de las búsquedas de la sociedad misma. Y al iniciar este primer tomo, nos convoca la mirada sobre aquellos años que van de 1924 a 1939.

Como muestran los autores, todo era empuje por entonces. La sociedad confiada en sus fuerzas, en sus libertades y en su futuro que era aquella Argentina de tiempos del Presidente Alvear cobijó un gran entusiasmo por el juego, un entusiasmo que combinaba la fe local con el atractivo que nuestro país ejercía, a pesar de las distancias colosales, sobre las miradas inteligentes de los otros. En los años previos a 1924 y en los siguientes hasta la Segunda Guerra Mundial, nuestra familia ajedrecística se parece al país: animarse a lo nuevo, salir al mundo confiadamente y, al fin, ofrecer nuestra protección cuando el centro de la cultura occidental amaga desbarrancarse en la destrucción. Y el lector de este trabajo se encontrará con muchos ecos de optimismo y algunas presencias que aunque conocidas no dejan de marcar un tiempo, como es el caso del gran maestro del surrealismo y del dadaismo Marcel Duchamp.

Por encima de los desbarros políticos argentinos de esos quince años, que incluyen la ruptura del pacto constitucional de 1853 por obra del golpe militar de 1930, y la contaminación de la vida intelectual y política con el falso brillo del fascismo, lo que aquella sociedad de nuestros abuelos tenía era una sincera autoestima. Era una Argentina con pocas dudas sobre su dinamismo y su capacidad de corregirse, y segura de su lugar en el mundo como tierra de futuro y en la región como vanguardia de la creación y la modernidad. No en vano las decisiones del viejo Yrigoyen y sus sucesores golpistas nos permitieron sortear la crisis económica mundial con aceptable gallardía.

Y ese clima de la sociedad no me parece ajeno al entusiasmo por el ajedrez. El ajedrez, que tensa al extremo el esfuerzo físico e intelectual de los deportistas implica enfrentar al tablero y al adversario con una sólida confianza y serena expectativa por los resultados. El ajedrez argentino de aquel tiempo era también una bandera de la confianza social en las propias energías y habilidades.

La autoestima ajedrecística está presente en los grandes jugadores y las grandes jugadas, pero también en las aventuras que se proponen los protagonistas, colocando a Buenos Aires en el centro del interés internacional hasta convertirla en sede olímpica y luego cobijando en el clima pacífico y convivencial rioplatense a los grandes maestros que procuran protegerse de la guerra.

Lo que sucede en 1939 es real y alegórico. Buenos Aires es la sede, a ella llegan en el navío “Piriápolis” los competidores europeos que, en muchos casos, ya no podrán regresar a sus patrias por la guerra. Y numerosos de los que no alcanzan a venir desaparecerán trágicamente en lo que los autores llaman con razón “el cuadro dantesco” de la destrucción de Europa. Aquella Argentina confiadamente emprendedora –y hasta un poco presuntuosa- los tentará a venir y luego les ofrecerá una segunda patria. Es todo un símbolo, todo un tiempo.

De esa Argentina segura de sí misma y de esos ajedrecistas nacidos o refugiados entre nosotros y que harán después los años dorados del juego nacional habla este libro, con la habilidad de reconstruir el clima del ambiente y del momento dándonos testimonios humanos encantadores. Me basta la frase del maestro Najdorf que recogen los autores: “En todas partes la gente decía que había que trabajar para ganarse el pan, pero aquí en la Argentina se decía que había que ganarse el puchero. Yo me dije, ‘puchero es más grande que pan’. Entonces me quedé.”

De autoestima está hecho el buen ajedrez y de autoestima las sociedades armoniosas y creativas. Porque el creador, como lo es en cada partida un ajedrecista, se protege y se anima en el ambiente confiado de su entorno. Esta es una buena enseñanza de este libro: para el ajedrez y para la construcción de la sociedad en que vivimos.

Los autores remontan el origen del ajedrez argentino a la transfusión cultural española y buscan sus primeros pasos en los equipajes de los conquistadores y en algunos garitos tempranos de la aldea que fue Buenos Aires. Y sin duda esto fue así.

Pero antes de llegar a la actual Argentina el juego tuvo un desembarco sudamericano de la más alta estirpe y tengo ganas de recordarlo en este prólogo.

El primer sudamericano encumbrado que jugó al ajedrez fue nada menos que el inca Atahualpa. Derrotado y aprisionado por Francisco Pizarro en Cajamarca en 1532, como recurso desesperado para tratar de dominar un imperio gigantesco, el monarca indio permaneció recluido muchos meses hasta que se pronunció su sentencia de muerte. En aquellos días, Pizarro y sus capitanes le enseñaron varios juegos, según los testimonios de que contamos, entre ellos el ajedrez. Y, al parecer, Atahualpa logró dominarlo  rápidamente y con tanta lucidez como para derrotar a sus desafiantes, acaso Pizarro mismo, que tenía con él largos encuentros, en muchas ocasiones.

En esta constancia histórica tenemos dos elementos conmovedores: el valor del ajedrez como lenguaje de las inteligencias por encima de las culturas y los idiomas y el testimonio implícito de la capacidad mental del monarca caído. ¿Nos podemos imaginar a Pizarro y Atahualpa, que venían de dos culturas incomparablemente distintas, que no tenían ni la misma concepción de la geografía, de la historia, de la medición del tiempo, del sentido de la vida, reduciendo sus colosales diferencias al combate de las piezas de ajedrez? ¿Cuánto nos dice este relato del brillo intelectual de aquel emperador desgraciado? ¿Y cuánto del encuentro de dos mundos que daría por fruto nuestro presente mestizo?

Me gusta pensar que, bajo la advocación de esos dos colosos fundadores y su combate, podemos colocar esta serie de libros sobre la historia de nuestro ajedrez que se inicia con este tomo.

El Inca Atahualpa aún en su trono

Sobre el autor:

Daniel Larriqueta nació en Mendoza, Argentina, de familias andinas y españolas. Y vive en Buenos Aires.

Es licenciado en economía. A lo largo de su trayectoria, se ha especializado en el abordaje de cuestiones políticas y culturales, siendo uno de los intelectuales más reconocidos del país. Habitualmente comparte sus pensamientos en el diario La Nación de la ciudad capital de los argentinos.

Ha publicado ensayos históricos y políticos, entre otros, La Argentina renegada, La Argentina imperial, La maquinaria del poder, Manual para gobernantes, Cómo empezamos la democracia y Democracia sin República; y las ficciones La novela de Urquiza (escrita en el exilio) y La furia de Buenos Aires. Uno de sus últimos trabajos en este género le demandó un gran esfuerzo investigativo y le generó una notoria repercusión: Atahualpa: el último emperador Inca.

Se ha desempeñado en la función pública, especialmente en tiempos de la recuperación de la democracia, momento en el que fue Subsecretario General de la Presidencia de la Nación. También habría de dirigir la Organización Teatral Presidente Alvear de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Es, asimismo, Presidente de la Fundación País Porvenir, que tiene un lema muy significativo «asociación por más democracia». Otra muestra de su compromiso con los valores democráticos y republicanos que siempre han caracterizado a la figura de este autor

Daniel Larriqueta
Notas relacionadas:
Vídeo de la presentación de La generación pionera (1924-1939) de Sergio Negri y Enrique Arguiñariz (4/12/2013). En https://ajedrezlatitudsur.wordpress.com/2020/12/04/el-primer-libro/.

Prólogo de Oscar Panno a La generación pionera (1924-1939). En https://ajedrezlatitudsur.wordpress.com/2021/05/09/prologo-de-oscar-panno-a-la-generacion-pionera-19324-1939/.

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