Los genios locos

Por Horacio Olivera

Es fama que buena parte de los profanos en ajedrez suele considerar a los ajedrecistas como “gente rara”, cuando no directamente como “locos”. Los hay también quienes, muy por el contrario, estiman que ser jugador de ajedrez (del nivel que fuere) lo convierte a uno en una especie de “genio”, o en un ser de inteligencia “más allá de lo normal”. Nada de eso es necesariamente así, por supuesto. Nosotros, los ajedrecistas, sabemos que ninguna de estas generalizaciones es objetivamente correcta. Pero sí podemos decir, con sólidos argumentos en muchas ocasiones, que muchos hemos conocido casos de personas con características “especiales” (¿genios o locos? ¿O genios locos?), ya sea en nuestro club, en algún torneo o en alguna actividad relacionada con el juego…como seguramente ha de haberlas también en cualquier otro ámbito. Y en la historia grande del ajedrez hay también personajes que, habiendo sido reconocidos genios del juego, fueron acosados por algún tipo de psicosis. Veamos algo sobre ellos.

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Bent Larsen, el gran danés

Por Horacio Olivera

Nacido en Tilsted, Dinamarca, el 4 de Marzo de 1936, Jorgen Bent Larsen se inició tempranamente en el ajedrez. A los 15 años derrotaba a todos sus rivales en el club de ajedrez de su ciudad natal y a los 20, ya asentado en Copenhague, se consagró Campeón de Dinamarca, lauro que obtendría nuevamente en otras ocho ocasiones.

Cuando en 1956 jugó en las Olimpíadas de Moscú defendiendo el primer tablero de su país, quedó claro que ese simpático joven rubio de buenos modales y juego aguerrido, hasta allí Maestro Internacional, estaba destinado a formar parte de la historia grande del juego-ciencia.  Y es que allí, en la Meca del ajedrez mundial, Larsen no solamente logró su título de Gran Maestro, sino que además fue Medalla de Oro en el primer tablero, con un atronador score de 14 puntos sobre 18 posibles, habiendo incluso hecho tambalear al campeón mundial, pues el mismísimo Botvinnik debió esforzarse al máximo para alcanzar unas tablas en la partida que los enfrentó.

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Gligorić, el ajedrecista partisano (a cien años de su nacimiento)

Por Horacio Olivera

El término “partisano​” alude a los combatientes que, organizados como guerrillas, se oponen a un ejército invasor. Más concretamente, es habitual que se identifique con el mismo a aquellas milicias irregulares u organizaciones clandestinas que operaron en países ocupados por el nazismo en el transcurso de la Segunda Guerra Mundial.

En el por entonces llamado Reino de Yugoslavia, estos movimientos de resistencia a la ocupación, liderados por el famoso Josip Broz “Tito”, cobraron muchísima importancia promediando la guerra e incorporaron cientos y miles de miembros dispuestos a sacudirse el yugo opresor y hasta a dar la vida por la patria.

Hubo entre ellos un joven de veinte años con perfil de intelectual, algunos conocimientos de matemáticas y evidentes dotes para el juego del ajedrez, pues ya había ganado varios torneos de singular fuerza, entre los que destacaban sus tres triunfos en el Campeonato del Club de Ajedrez de Belgrado, el más fuerte de su país.

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Dante lloró

Por Horacio Olivera

A Aldo Badano

A Dante lo estremeció un grito desgarrador, de esos que parten de las entrañas. Un grito más, como tantos que había escuchado en las incontables horas de su permanencia en ese antro insalubre, donde el olor a bosta y a mugre y a orines apenas alcanzaba a tapar al de la carne quemada.

Trató de girar sobre el jergón extendido que le servía malamente de cama, pero el dolor se lo impidió. El dolor, en él, era uno solo, íntegro, desesperante. Tenía la cabeza aturdida por tanto golpe, la cara tumefacta, las costillas seguramente fisuradas, los genitales ardiendo impiadosos, las manos y los pies inflamados. El trapo, bolsa o lo que fuera que le tapaba la cabeza y no lo dejaba ver, apenas le permitía respirar y contribuía a una insoportable sensación de asfixia. Podía sentir sobre su lengua hinchada el sabor salino de su propia sangre.

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Una entrevista con Akiba Rubinstein

Un cuento de Horacio Olivera

Gracias a los buenos oficios de un colega belga, y a su habilidad y predisposición para concertar una entrevista, he llegado hasta Amberes, la ciudad en la que mi admirado Akiba pasa sus días internado en un instituto neuropsiquiátrico.  

El director del lugar, doctor Marteens, me atiende con calidez y desenvoltura. Mientras nos adentramos por estrechos y oscuros pasillos, que no dudaré en calificar de sórdidos, el hombre me cuenta que es descendiente de polacos, por lo que puede hablar conmigo en mi lengua natal, y que también es un aficionado al ajedrez que alguna vez ha competido en torneos y, por lo tanto, conoce muy bien de quien se trata su interno más famoso.

Hace muchos años que no veo a Akiba Rubinstein. Cuando él ya estaba entre las estrellas más brillantes del ajedrez mundial, yo apenas era un niño. Y cuando fui creciendo y daba mis primeros pasos en torneos de ajedrez, se había convertido en una especie de prócer del que todos aprendíamos y a quien mirábamos con respeto y verdadera devoción. Incluso alguna vez jugué con él una partida informal, poco antes de que su afección mental, la esquizofrenia, le impidiera allá por los inicios de los años treinta, continuar jugando ajedrez de alta competencia.

Muchos años pasaron en los que nada se supo de él. Pero hoy, por fin, volveré a reencontrarme con el querido maestro. Ignoro si me reconocerá, así como ignoro su estado mental en el presente, del que pocos datos me aporta mi anfitrión.

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Samuel Reshevsky, el prodigioso

Por Horacio Olivera

Reshevsky, nacido en Polonia el 26 de noviembre de 1911, ha pasado a la historia como paradigma del niño prodigio. Tan precoz resultó el genio que demostró para el ajedrez, que su primera infancia fue estigmatizada por sus padres, quienes hicieron abuso de las facultades del niño en propio beneficio y en el de sus bolsillos, aprovechando la curiosidad que despertaba en el público la facilidad del pequeño “Sammy” para realizar exhibiciones de partidas simultáneas, en las que derrotaba sin apremios a jugadores mayores y más experimentados.

Circulan “ad infinitum” por redes y otros medios, fotografías del muchachito (en ocasiones con el atuendo de marinerito tan común para los chicos de su época) rodeado de mesas-tablero ocupadas por circunspectos señores de poblados bigotes y luengas barbas, próximos a convertirse en víctimas ajedrecísticas del pequeño fenómeno cuya estatura apenas si alcanzaba a llegar a los trebejos.

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Lev Polugayevski, maestro de la Siciliana

Por Horacio Olivera

Aunque nacido en Bielorrusia en 1934, bien podría Lev Polugayevski haberlo hecho en algún pueblo de la italianísima y hermosa Sicilia, si es que tenemos en cuenta el apasionado romance ajedrecístico que sostuvo, durante más de treinta años de carrera, con su favorita Defensa Siciliana.

Y es que este ingeniero en termodinamia, tan elegante y flemático en su aspecto y maneras, que podría haber sido confundido con un lord inglés, dedicó a esta muy popular defensa buena parte de sus afanes ajedrecísticos, tanto por su impenitente práctica cuanto por el pormenorizado estudio de sus particularidades y el desarrollo de nuevas e interesantes ideas estratégicas, muchas de las cuales  gran cantidad de maestros y ajedrecistas de todo nivel plasman aún en los tableros, acaso sin saber quién fue su creador.

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Yefim Géler, otro campeón sin corona…

Por Horacio Olivera

Nacido en Odessa (Ucrania) en 1925, Effim Petrovich (Yéfim) Geller (Géler) comenzó a destacarse en el ámbito ajedrecístico de su ciudad natal, donde conquistó el Campeonato de Ucrania de 1950 (logro que repetiría en 1957, 1958 y 1959), para saltar de inmediato a la consideración mundial al obtener el segundo puesto, tanto en el Campeonato de la URSS 1951 (compartido con Petrosián), como en el Torneo Internacional de Budapest 1952, en ambos detrás de Keres y precediendo a jugadores de primerísima línea, como Botvínik y Smyslov.

Ya en esas épocas, llamaba la atención de los expertos la gran capacidad del joven maestro para adaptarse a todos los estilos y combatir con conocimientos y precisión en cualquiera de las fases de la partida. Pasó poco tiempo, por lo tanto, para que iniciara su participación en los ciclos para la conquista del máximo trono del ajedrez mundial. Así, en el Interzonal de Estocolmo en 1952, que ganara Kótov en forma contundente, alcanzó un magnífico cuarto puesto, adelantándose a jugadores de la talla de Averbaj, Ståhlberg  y Gligorić, entre otros. En 1953 jugó en el legendario Torneo de Candidatos de Zúrich, que contó con la participación de las mejores estrellas del momento, con un desempeño sumamente aceptable. Ese mismo año se produjo su debut como integrante del equipo Olímpico de la Unión Soviética, del que formaría parte en un total de siete oportunidades hasta 1980. En 1955 ganó por primera vez el Campeonato de la URSS, logro que replicaría muchos años después (a los 54 años!) en el año 1979, no sin antes haber participado en varias competencias del mismo tipo, siempre con resultados relevantes. Permanente animador de los torneos interzonales, se destacan sus actuaciones en Curazao 1962, Sousse 1967 y Palma de Mallorca 1970, en todos los cuales alcanzó la clasificación al Torneo de Candidatos.

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Torneo de Palma de Mallorca 1970: un torbellino llamado Bobby Fischer

Por Horacio Olivera

Nota originalmente publicada en el sitio Ajedrez 12, en https://ajedrez12.com/2017/12/12/palma-de-mallorca-1970-un-torbellino-llamado-bobby-fischer-2/

Del 9 de noviembre al 12 de diciembre de 1970 se desarrolló en la espléndida ciudad de Palma de Mallorca, en España, el Torneo Interzonal de ajedrez clasificatorio para el Ciclo de Candidatos, el que en matches eliminatorios consagraría al retador del Campeón Mundial, Boris Spassky.
La expectativa que generó el certamen Interzonal en el mundo ajedrecístico, estuvo sobre todo centrada en la participación en el evento del Gran Maestro norteamericano Robert “Bobby” Fischer, quien llegaba al torneo en calidad de favorito, luego de sus recientes descomunales actuaciones en los torneos de Zagreb (que ganó con 2 puntos de diferencia) y Buenos Aires (ganado con diferencia de… ¡3,5!) en los que hizo gala de una enorme superioridad ante rivales de la talla de Gligoric, Smyslov, Kortchnoi, Panno y Petrosian, por solo nombrar a algunos. Para muchos entendidos, el fenómeno “Fischer” había explotado, confirmando los laureles conseguidos ya desde sus épocas de niño prodigio, y restaba saber, solamente, si su carácter algo inestable no le jugaría en Palma alguna mala pasada.

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Rudolf Charousek, el genio malogrado

Por Horacio Olivera

Emanuel Lasker, campeón mundial de ajedrez durante veintisiete años, dijo cierta vez que “algún día jugaré un match por el campeonato mundial con este hombre”, refiriéndose al joven Rudolf Charousek, cuyo talento desbordante descolló en los tableros europeos allá por los últimos años del siglo XIX.

Hay que decir que Charousek fue genial. También que pudo haber sido un jugador de la elite mundial, para lo cual solamente le faltó el tiempo necesario para demostrar que no eran meras “casualidades” sus victorias en torneos de primera línea. O más aún, que tampoco resultaban casuales sus triunfos en juegos, casi siempre brillantes, ante jugadores de la talla de Maroczy, Chigorin y el mismísimo Lasker.

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