La melancolía siempre sucede a bordo de un barco

Por Diego Rasskin Gutman

Nota de ALS: este relato de Diego Rasskin Gutman cruza las experiencias del naturalista Charles Darwin y las del escritor austriaco Stefan Zweig, autor de Novela de Ajedrez, uno de los mejores relatos de ficción que alguna vez se hayan hecho sobre la base de nuestro juego.

La pluma de Diego lleva el argumento a otros lares: la eugenesia, el nazismo, el dolor de una Humanidad que, pareciera, siempre se enfrenta en los extremos blancos y negros de las piezas y del escaqueado tablero.

El trabajo fue publicado originalmente en el mes de noviembre de 2014 en la revista cultural digital Jot Down (https://www.jotdown.es/)

Se suicidó junto a su esposa, al otro lado del mundo. Había viajado por Sudamérica en aquellos cruceros transatlánticos de los años treinta que respetaban la disociación entre cuerpo y alma, siguiendo, de algún modo, la estela de uno de los viajes más importantes de la ciencia, el viaje del Beagle. A Stefan probablemente no le interesaba mucho Charles Darwin, o quizá sí, vaya uno a saber desde este lado de la historia. Había huido de la Europa convulsa invadida por los nazis y no pudo soportar el salto al vacío. Un viaje que aún persiste, en la tibieza de nuestro tiempo, pero que no acabará jamás.

Darwin embarcó en el Beagle el 27 de diciembre de 1831: fue un viaje que duró cinco años alrededor del mundo. Se dice pronto. Con veintidós añitos, un naturalista aficionado, entra a formar parte de la tripulación de un barco explorador para distraer a un capitán con tendencias a la depresión; melancolía que lo llamaban entonces. Resulta que a Darwin también le podía la melancolía. Y así hay que imaginarse a un capitán encerrado en su camarote, con sus mapas y astrolabios y su juego de ajedrez y su melancolía.

Patafísica de Alpha Zero: 0 1 1 2 3 5 8 13 21…

Por Diego Rasskin Gutman para Jot Down

Alpha Zero. El alfa del aleph trascendente, la cabeza de buey mesopotámico, el punto donde estaban todos los puntos del inmortal cuento de Jorge Luis Borges junto con el cero hindú que ayuda a enfrentarse a la nada; el cero trasladado por la cultura árabe para llegar a Europa de manos de, ni más ni menos, el matemático Fibonacci. Un Yin, un Yang, un cero, un uno, un uno, un dos, un tres, un cinco, un ocho, un trece y así hasta el infinito; dos opuestos, dos especies de bellos animales, juntos, biunívocamente juntos, gritando como tigres y osos salvajes en la tundra, jugando al ajedrez.

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El fuego sagrado de la vida. Diego Rasskin Gutman, alguien que como pocos sabe reflexionar en derredor del ajedrez. Feliz cumpleaños amigo!

Por Sergio Negri

Diego Rasskin Gutman se especializa en modelos matemáticos de fenómenos evolutivos y de desarrollo, con énfasis en la teoría de redes y complejidad.

El ajedrez es su pasión y excusa para ahondar en cuestiones que atañen a la creatividad humana, los procesos cognitivos y la reducción de la complejidad del mundo. 

Este argentino, radicado desde hace muchos años en España, es sin dudas alguien que sabe poner la reflexión al servicio del ajedrez, y viceversa.

Ha compartido sus contribuciones intelectuales en libros y en numerosas publicaciones, algunas de las cuales siempre tenemos el placer de presentar aquí en AJEDREZ LATITUD SUR.

Además, en su momento me honró pidiéndome que haga una crónica de uno de sus libros, Todos los mundos, el mundo (https://www.jotdown.es/2021/10/el-fuego-sagrado-del-ajedrez/), uno muy personal, en el que el ajedrez es una excusa para remontarse en su historia personal y la del pueblo judío, comunidad de la que desde luego muy orgullosamente forma parte, que tuvo un rol no siempre recorrido a la hora de explorarse los orígenes y la primera evolución del ajedrez. Esa crónica la titulé El fuego sagrado del ajedrez. Hoy, al referirme a su persona en forma más integral, podría recrearse ese título y hablar de El fuego sagrado de la vida.

Hoy, en que Diego cumple años, pero en rigor esa invitación es cotidiana ya que siempre es un placer leerlo, queremos invitar a los lectores a que recorran parte de su universo reflexivo y de experiencias de una vida que, teniendo tanto por dar, ya ha dado irrefutables testimonios de que por lo hecho y vivido mucho ha valido la pena.

¡Felicidades amigo!

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Ajedrez = 10 elevado a 120 partes de la complejidad del mundo

Por Diego Rasskin Gutman para JotDown Cultura (y JotDown Sport)

Conocer el mundo, razonarlo, descubrir la esencia de la realidad, es hacer modelos. Claro que hay modelos y modelos. A veces es cuestión de medidas, un metro ochenta, cabellos ondulados que caen con la despreocupación que solo proporciona la belleza, paso elegante y mirada intrigante. Hay más. Hay modelos de coches, modelos aeronáuticos y cárceles modelo. Está el mapa de Jorge Luis Borges, 1:1, donde la realidad se copia a sí misma. Hay un modelo de alumno/a ejemplar en cada escuela y hay modelos que posan para que el artista nos acerque a un mundo, su mundo, que es tan real cuando lo contemplamos en el lienzo como cualquiera de los otros mundos. El artista, su modelo, su realidad. En el quehacer científico, en aquello que da forma al pensamiento, están los modelos que están hechos de otras materias, a veces tan sutiles como los números complejos, a veces de bits que descansan dentro de la unidad de procesamiento central de un ordenador. Otras veces, son reflejos proteicos, neurotransmisores que saltan entre neuronas y que terminan por configurar la memoria personal de la realidad, nuestra realidad, la de la ciencia, la del arte, la de la poesía o la de la fe en mundos posibles que no vemos, que no conocemos, que no podemos tocar ni oler ni sentir de ningún modo físico: modelos de la existencia.

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El fuego sagrado del ajedrez

Por Sergio Negri

Todos los mundos el mundo es el último trabajo de Diego Rasskin Gutman, atractivo título que remite al Julio Cortázar de Todos los fuegos el fuego. Y está bien que sea así. Bien pueden confluir juegos: el ajedrez de uno, la rayuela de la novela del otro. En cualquier caso, experiencias de una vida que puede ser interpretada desde su profundo sentido lúdico.

Hay un origen y una evolución. En la rayuela, de recorrido por momentos oblicuo, mas siempre hacia adelante, conduciéndonos a un cielo que se nos promete beatífico. En el ajedrez, la propuesta de Rasskin es ir todo lo que se pueda hacia atrás, para proyectarse y entenderse.

La nota fue publicada originalmente en la revista JotDown Cultura, en https://www.jotdown.es/2021/10/el-fuego-sagrado-del-ajedrez/

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El juego de los grandes indiferentes (evocación al poeta Fernando Pessoa)

Por Diego Rasskin Gutman

Nota aparecida en el sitio de la revista cultural española Jot Down

Hay un aquí y ahora en el ajedrez que define el juego, el deporte: una partida que se está jugando entre dos personas en un instante preciso, dentro de nuestro tiempo, detrás de la sombra de la luna sobre la tierra. Es un instante de tensión máxima, no de disfrute; es un momento de incertidumbre, de agonía por no saber las respuestas justas, no acertar a calcular con milimétrica exactitud la secuencia de cambios entre piezas, una agonía que se convierte en miedo. Miedo a fracasar, a no encontrar el camino, a verse envuelto en una nube de polvo cósmico que termina por devolver al juego a su sitio: el de la ligereza y la profunda nada. Porque al final del camino, el juego es un juego y vuelve a convertirse en el reino del poeta, Pessoa, de la pluma de Fernando Reis, que nos recuerda «É ainda entregue ao jogo predileto / Dos grandes indiferentes». Dos reyes que se baten a muerte, frente a un tablero, mientras sus huestes devastan el paisaje. Que se acabe el mundo, que se desbroce la tierra, que los siete mares desparramen su furia sobre los hombres. Nosotros a lo nuestro; el tablero, el juego, la niebla.

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La inmortalidad de la belleza (sobre Adolf Anderssen)

Por Diego Rasskin Gutman para Jot Down

Las percepciones son nuestro primer vínculo con el mundo. Cuando vivíamos en la oscuridad (es un decir, en realidad solo estaban vivas nuestras células, pero nosotros, como individuos, todavía no habíamos emergido a la vida) todo rondaba alrededor de la conexión entre nuestro tejido nervioso y cada punto de nuestro cuerpo, lo que llamamos el sistema propioceptivo. Eso era cuando estábamos en el seno de nuestra madre. Ocasionalmente, percibíamos elementos externos: ruidos, música, vibraciones de cualquier tipo y frecuencia. Algunas estaban en la frontera entre lo nuestro y lo de más allá (lo otro, lo externo, el medio) como el flujo sanguíneo de madre que imaginamos como un susurro constante, un flujo de idas y venidas siguiendo el ritmo de diástole y sístole: todo ello era todavía parte de nosotros. Hasta que un día, nacimos.

Yo nací un diez de febrero en el caluroso hemisferio sur. Cinco días y veintisiete años después que mi padre. Pronto, muy pronto, comencé a descubrir la estética (no de un modo consciente, claro, ni sabía entonces ni estoy seguro de comprender todavía qué significa), pero algo se me hizo patente desde muy pequeño: había cosas que me gustaban, que me emocionaban, que despertaban mi curiosidad y mi interés y otras, sin embargo, no lo hacían. El hecho de que mi padre, cinco días y veintisiete años mayor que yo, fuese (y lo siga siendo) un artista con una concepción exquisita de la estética tiene bastante culpa de todo ello. Pero lo que ocurre en la vida de un ser humano para ir descubriendo aquello que da placer y separarlo eficientemente de aquello que es feo pasa por la percepción, personal, intransferible (educable, sí, pero hasta las fronteras de nuestra piel) que nos ayuda a configurar aquello que creemos bello. Como dice la sabiduría popular: pa gustos, colores.

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Orígenes del ajedrez III. Bestias, caballeros inexistentes y Scachs d´amor

Por Diego Rasskin Gutman

Tristán solo quiere estar con la bella Isolda; que se detenga el tiempo, que puedan permanecer juntos, aislados del mundo, jugando al ajedrez. Lancelot se debate entre su amor irrefrenable por Ginebra y la obediencia debida a su rey Arturo; solo quiere una cosa: que al atardecer Ginebra mueva las piezas sobre el tablero y las horas se alarguen hasta la eternidad. Fernando está perdidamente enamorado de Miranda: no habrá tempestad que los separe, pasarán los días soñando juntos mientras queden casillas por explorar en el universo. Dejemos que sea el propio Shakespeare el que lo exprese:

Miranda: Mi señor, me haces trampa.

Fernando: No, mi amor, no lo haría ni por todo el mundo.

Miranda Sí, y lo harías por ganar veinte reinos,

mas yo lo llamaría juego limpio.

El ajedrez, en esas épocas oscuras donde solo aquellos que vivían intramuros sobrevivían a la miseria, era una manifestación más del orden del Universo. Obras, escritos y poemas que han sobrevivido hasta hoy muestran al ajedrez como una metáfora: ni las piezas, atenazadas por las reglas y por las casillas del tablero pueden escapar de los designios del jugador, ni la humanidad puede escapar de los designios divinos. El origen chino de adivinación y chance resuena con especial fuerza: ¡la religión sublima a la astrología!

Seguir leyendo la nota en el sitio Jot Down, en https://www.jotdown.es/2013/06/origenes-del-ajedrez-iii-bestias-caballeros-inexistentes-y-scachs-damor/

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Orígenes del ajedrez II. Cosmogonías, guerras y naranjas gigantes

Por Diego Rasskin Gutman

La cuestión de los orígenes siempre es interesante. Hay algo en la historia, en el comienzo de las cosas, que nos atrapa y nos hace querer saber más. Siempre creemos que al saber de dónde vienen las cosas, sabremos algo misterioso acerca de su naturaleza, de su realidad, que no podíamos conocer de otro modo simplemente mirando a su evolución pasada, a su desarrollo presente o a su posible devenir futuro. Tarde o temprano, en la vida de cada uno, hay un interés personal por saber más acerca de nuestros orígenes: el pueblo de los abuelos, cómo se enamoraron nuestros padres, bajo qué árbol cerca de qué puente se pusieron a salvo del resto del mundo.

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Comencemos el viaje a los orígenes. Miles de años atrás, un paisaje difuso de fronteras lejanas y exóticas en alguna región perdida entre la India y la China actuales. Viejos sabios de bigotes infinitos o jóvenes iniciados, de piel quemada por el sol. En un campo de árboles frutales, lo improbable: una naranja gigante. Y en el interior de esa naranja gigante, lo más improbable aún: dos viejos sabios pasan la eternidad jugando al ajedrez. Una antigua leyenda china. Es en la cosmogonía china donde podemos encontrar pistas acerca de los orígenes; si en la cosmogonía hindú tenemos una tortuga y cuatro elefantes que sostienen nuestro planeta, en la china nos encontramos con la dialéctica del todo y la nada y las infinitas combinaciones del código binario representadas en los hexagramas del I Ching.

En el artículo anterior pusimos las bases para una indagación acerca de los orígenes del ajedrez. Nos interesamos por el viaje del conocimiento, no por el hecho en sí del origen del juego. Entonces, establecíamos una línea genealógica entre el oráculo y el juego, entre lo sagrado y lo lúdico, entre el animal que juega y el animal que conoce. Las metáforas cambian: antes de establecerse como una metáfora de la sociedad, de la mano de la estricta moralidad cristiana, como le ocurrirá al ajedrez de la Edad Media europea, iban más allá, eran la gran abstracción, el universo entero.

Seguir leyendo la nota en el sitio del Magazine Jot Down, en https://www.jotdown.es/2013/04/diego-raskkin-origenes-del-ajedrez-ii-cosmogonias-guerras-y-naranjas-gigantes/

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Orígenes del ajedrez I. Jugar es comprender

Por Diego Rasskin Gutman

Rick levanta la mirada del tablero de ajedrez. Cuando quiere evadirse del mundo sin hacerlo se sienta en su mesa, convenientemente reservada, desde donde puede observar el tráfico de gentes que merodean las salas humeantes de su garito. El calor es sofocante, los sueños de libertad son tan ciertos, tan espesos, que pueden leerse en la frente de cada hombre y de cada mujer, en la ciudad perdida a orillas del Atlántico africano. No así Rick. Sus sueños son otros. Ha peleado en la Guerra Civil española, ha estado en París, esperó bajo la lluvia hasta la desesperación a un amor que no supo, ni pudo, llegar a tiempo. Ahora todo es desaliento.

Rick juega solo, elabora las jugadas y pondera la bondad de las ideas. Son 64 casillas y 32 piezas. Las reglas son claras, no pueden romperse, no deben romperse. Rápidamente la escena se convierte en un drama que aparece en forma de muerte, un peón menos. Rick observa un mundo en miniatura sobre el que ensaya las estrategias y tácticas que pondrá en juego más tarde, en el clímax de la historia, cuando el avión se lleve lejos, muy lejos, los fantasmas de su pasado. Claro. Es Casablanca, paradigma del romance y el desencuentro, de la lucha civil y la resistencia ante la barbarie nacionalsocialista, de la integridad y la caballerosidad frente a las palabras vacías.

El ajedrez nos hace un retrato inmediato de Rick. Quién mejor para expresarlo que Emanuel Lasker, uno de los más grandes ajedrecistas de todos los tiempos, campeón del mundo desde 1894, año en que arrebataría el título a Wilhem Steinitz, padre de la teoría moderna del ajedrez, hasta 1921, cuando lo perdería contra otro prodigio ajedrecista, el cubano José Raúl Capablanca. Lasker sentencia: “En el ajedrez, las mentiras y la hipocresía no sobreviven mucho tiempo”.

Leer el resto de la nota en el sitio Jot Down, en https://www.jotdown.es/2013/03/diego-rasskin-origenes-del-ajedrez-i-jugar-es-comprender/.

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