Chaplin y Reshevsky

Por Antonio Gude

Nota de ALS:

El extraordinario actor y director británico Charles Chaplin nació un día como hoy, 16 de abril, de 1889 en Londres. Luego de una fructífera vida y trayectoria artística, habrá de morir en una localidad suiza el 25 de diciembre de 1977.

Su vínculo con el ajedrez, principalmente se dio cuando, un niño polaco, devenido en un gran jugador referente estadounidense, Samuel Reshevsky (1911-1992), con solo siete años lo visita a Chaplin en los estudios cinematográficos en los que se estaba filmando The KidEl pibe» o «El chico«, conforme las alternativas traducciones en diversas geografías del mundo hispanoparlante.

De ese prodigioso encuentro. nuestro amigo Antonio Gude reproduce la crónica tomada de la biografía del británico (en https://antoniogude.com/chaplin-y-reshevsky/).

Reshevsky y Chaplin

LA NOTA DE ANTONIO GUDE

En su autobiografía, Charles Chaplin narra su encuentro con el entonces niño prodigio Samuel Reshevsky:

«Durante el montaje de El Chico, Samuel Reshevsky, que a los siete años era campeón infantil de ajedrez del mundo (sic), visitó el estudio. Iba a hacer una exhibición en el Athletic Club, jugando contra veinte adversarios al mismo tiempo, entre los que se encontraba el Dr. Griffiths, campeón de California. Tenía una carita delgada, pálida y concentrada, con unos grandes ojos, que miraban retadores cuando se entrevistaba con la gente. Me habían advertido de que tenía un carácter algo esquinado y que muy raras veces daba la mano.
Después de que su representante nos hubo presentado y dicho algunas palabras, el niño me contempló en silencio. Continué haciendo el montaje y examinando los rollos de la película.
Al cabo de unos instantes me volví hacia él:
–¿Te gustan los melocotones?
–Sí –contestó.
–Bueno, pues tenemos un árbol cargado de ellos en el jardín. Puedes trepar a él y coger alguno, y de paso traerme otro para mí.
Se le iluminó la cara:
–Oh, estupendo. ¿Dónde está el árbol?
–Carl te llevará –dije, refiriéndome a mi agente de publicidad.
Quince minutos después regresó, alborozado, con varios melocotones. Aquél fue el comienzo de nuestra amistad.
–¿Sabe usted jugar al ajedrez? –me preguntó.
Tuvo que confesar que no.
–Yo le enseñaré. Venga a verme actuar esta noche. Voy a jugar con veinte contrincantes a la vez –me dijo con orgullo.
Le prometí que iría, y le dije que después le invitaría a cenar.
–Muy bien. Terminaré enseguida.
No era necesario tener un profundo conocimiento del ajedrez para apreciar el interés de aquella noche: veinte hombres de mediana edad contemplaban atentamente sus tableros de ajedrez, colocados ante un dilema por un niño de siete años, que incluso aparentaba menos edad de la que tenía. El observarle, situado en el centro de las mesas, colocadas en forma de U, su ir y venir de un tablero a otro, era ya un espectáculo en sí.
Había algo irreal en la escena, mientras el público, compuesto de trescientas personas o más, permaneció sentado, en dos filas, a ambos lados del local. Contemplaba en silencio a un niño que se devanaba los sesos, enfrentado a hombres maduros. Algunos habían adoptado una actitud condescendiente. Estudiaban su tablero con sonrisas parecidas a la de Mona Lisa.
El niño era atractivo y, sin embargo, me conturbaba el ánimo, pues mientras contemplaba aquella carita concentrada, que se ponía roja y después blanca, tuve la impresión de que pagaba un elevado precio derrochando su salud.
–¡Ven aquí! –le decía un jugador.
Y el niño se dirigía hacia él, estudiaba el tablero durante unos segundos y luego, bruscamente, movía una pieza, o decía: ‘¡Jaque mate!’ Y estallaba la risa en el público. Le vi dar jaque mate a ocho jugadores en rápida sucesión, lo cual produjo entre el público más risas que aplausos.
Ahora estudiaba el tablero del Dr. Griffiths. El público permanecía en silencio. De repente, movió una pieza, luego se volvió y me vio. Su cara se iluminó y me hizo una seña con la mano, indicándome que no tardaría mucho en terminar.
Después de dar jaque mate a otros cuantos jugadores, volvió ante el Dr. Griffiths, que seguía aún profundamente concentrado.
–¿Todavía no ha movido? –dijo el niño con impaciencia.
El doctor contestó que no con la cabeza.
–Oh, vamos, dése prisa.
Griffiths sonrió.
El niño lo miró con orgullo:
–¡No puede usted derrotarme! ¡Si juega usted aquí, yo jugaré ahí! ¡Y si usted juega en esta forma, yo moveré así! –enumeró con rapidez seis o siete posibles jugadas. Nos vamos a pasar aquí toda la noche, así es que digamos que hemos hecho tablas.
El doctor asintió.»

Mi autobiografía
Charles Chaplin
Debate (1989), pp. 259-260.

Sobre el autor:
Antonio Gude nació un 19 de mayo en Vigo, España, ciudad a la que define como una de las más hermosas del mundo. Es un muy prestigioso maestro de ajedrez, periodista y autor de más de treinta libros en la especialidad, entre ellos “Escuela de Ajedrez” y “Escuela de táctica”.
Desde muy joven sintió una doble vocación: por el ajedrez y la literatura. En 1979 edita en su ciudad natal El Ajedrez;  posteriormente, primero será director de la revista madrileña Jaque, para luego lanzar la Revista Internacional de Ajedrez (Ediciones Eseuve), en octubre de 1987 durante el match de Sevilla por el Campeonato Mundial. Su columna alternativa El Cubo de Rubik es muy reconocida en el mundo hispanoparlante.
Es autor y periodista de ajedrez, además de traductor. Numerosos libros surgieron de su pluma, tanto de técnica ajedrecística cuanto de iniciación y divulgación. Todas sus contribuciones son valoradas, particularmente las referidas al ajedrez ruso y a la historia del ajedrez en el siglo veinte. También ha incursionado en los vínculos del ajedrez con el cine y la literatura.
Bajo el lema Ajedrez, siempre, lleva un muy apreciado y difundido blog, al que se puede acceder desde https://antoniogude.com/.

3 respuestas a “Chaplin y Reshevsky

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