David Janowski, un ajedrecista peculiar

Por Horacio Olivera

Cuando uno pasa revista a los grandes jugadores del pasado, muchas veces se pregunta cuál es el motivo por el que algunos de ellos han logrado una fama y un prestigio que trasciende los resultados meramente deportivos.

En el caso de David Janowsky, polaco nacionalizado francés que iniciara a finales del siglo XIX una carrera ajedrecística internacional, que alcanzó su punto culminante en los primeros años del XX, puede decirse que fueron varias las peculiaridades, tanto de su juego como de su carácter, que lo convirtieron en un personaje difícilmente soslayable cuando de la historia grande del ajedrez se trata.

Ganador en los torneos internacionales de Hannover 1902, Barmen 1905 y Scheveningen 1913, entre otros, no debe olvidarse que sus logros en el tablero fueron obtenidos en las épocas en las que brillaban Lasker, Tarrasch, Capablanca, Alekhine y tantos otros monstruos sagrados del ajedrez. He ahí, por empezar, una de las primeras características que lo han hecho un jugador memorable.

También su estilo único influyó en el renombre de Janowsky. Jugador de grandes ataques y eminentemente táctico, de una capacidad combinativa reconocida y alabada incluso por Alekhine (tan poco proclive, como se sabe, a ensalzar a sus adversarios), desdeñaba el juego posicional y, sobre todo, la técnica de finales, pues solía decir que “una partida bien jugada…debe concluir en el medio juego”. Esta sola definición ya nos da la pauta de su muy peculiar visión del ajedrez, tan romántica y tan fuera de los cánones posicionales propuestos por Steinitz y que a partir de Lasker todo maestro llevara, en mayor o menor medida, a la práctica.

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