El ajedrez ingresa en la Argentina en los géneros de la poesía y del cuento en la pluma de Leopoldo Lugones

Por Sergio Negri

En el siglo XIX, el de la independencia y conformación del Estado nacional argentino, el ajedrez aparece en escritos en los que se reparaba en su práctica social o como parábola de acciones de índole militar. Son pioneros en ello Domingo Faustino Sarmiento y Juan Bautista Alberdi quienes lo emplean sobre todo en tono historiográfico (para aquél, por caso, el sitio de Montevideo era “un jaque mate sin salida”).

Los generales Bartolomé Mitre y Gerómino Espejo registran que el Libertador José de San Martín lo jugaba. José Mármol, el autor de Amalia, lo practicó confinado en prisión en tiempos de Juan Manuel de Rosas. Juana Gorriti, la primera escritora nativa, lo empleará en sus crónicas de época. Hacia fines de la centuria, el franco-argentino Paul Groussac no podrá olvidar a un Napoleón ajedrecista, y Lucio López describirá las tertulias de ajedrez y política en el mítico Club del Progreso de la pujante ciudad de Buenos Aires.

Eduardo Wilde, entre un siglo y otro, acudirá a él reiteradamente al describir sus viajes (era diplomático): en Japón jugará al shogi y recibirá una condecoración del shah de Persia al ganarle al ajedrez a uno de sus visires. En su obsesión llegará a observar:

Un jugador de ajedrez por ejemplo, va por la calle jugando con los transeúntes”.

El dirigente socialista Juan B. Justo lo mencionará en 1898 en una arenga política. Ya se advertía que el ajedrez podía ser invocado en las letras y, también, en otras expresiones de la cotidianidad.

Todas las aludidas fueron referencias asociadas a hechos reales. Hubo una excepción: el siempre precursor Sarmiento, al publicar en 1842 en el diario El Progreso de Santiago de Chile un intercambio de cartas de dos damas, en rigor inventó esos personajes con los que se permitió retratar la sociedad trasandina. En una de ellas se argumentó que no podía ser un buen amante el caballero que no sabía jugarlo con propiedad.

Habrá que aguardar al siglo XX para que, con el auge del movimiento modernista, el ajedrez aparezca plenamente en relatos de ficción. Leopoldo Lugones, el primer exponente local de esa corriente cultural en las letras vernáculas, seguirá la huella del nicaragüense Rubén Darío. Y en ese tránsito hará aparecer al ajedrez en poesía y en cuento.

El dúctil escritor argentino, que en su volubilidad aplicada a la política le hará pasar de un temprano socialismo a abrazar un nacionalismo que terminó por ser inopinadamente justificatorio del golpe militar del 30, describió como nadie un tiempo de la Argentina (“el de los ganados y las mieses”) y dejará un intenso legado.

Para Carlos Altamarino y Beatriz Sarlo se podrá escribir como Lugones o contra él. Tal era su nivel de influencia. Jorge Luis Borges dirá sobre el personaje:

Si tuviéramos que cifrar en un nombre todo el proceso de la literatura argentina…ese nombre sería indiscutiblemente Lugones”.

En la Argentina, en reconocimiento a su relevancia, se celebra el 13 de junio de cada año el Día del Escritor en concordancia con su natalicio, ocurrido en 1874 en Villa María, Córdoba. Sus días finalizarán, mas no el predicamento de su obra, en la localidad bonaerense de Tigre, un 18 de febrero de 1938, cuando tomó la drástica decisión de quitarse la vida en un lugar de recreo que, habida cuenta de ese hecho, podríamos creer que muy literariamente se denominaba «El tropezón».

En Los crepúsculos del jardín, obra de 1905, se incluye el poema El Solterón donde surgen estos versos:

En la alcoba solitaria/sobre un raído sofá / de cretona centenaria, / junto a su estufa precaria / meditando un hombre está. / y…En su garganta reseca / gruñe una biliosa hez , /y bajo su frente hueca / la verdinegra jaqueca / maniobra un largo ajedrez…”.

Libro con la primera poesía de tono ajedrecístico

Desde ese momento el ajedrez incursiona con fuerza en poesía. Con el tiempo, tres poemas incluso recibirán el propio título del juego, uno de Arturo Capdevila, otro de Alejandra Pizarnik y los sonetos del inmortal Jorge Luis Borges. Alberto Laiseca se remontará al xiàng-qí en su Ajedrez de País Central, concretando una virtuosa tetralogía de las letras argentinas poniendo en el propio títuo de cada obra la cita al milenario juego.

Ya no en ficción, sino en ensayos, Lugones sospecha que el rey Carlos XII de Suecia, el Alejandro del Norte, era un mal ajedrecista. También analiza la raíz etimológica de la palabra francesa “adouber” que se empleaba al querer acomodar una pieza propia sin moverla. En esta inquietud se anticipa a su monumental e inconcluso “Diccionario etimológico del castellano usual”, que publicó entre 1931 y 1938, donde define ajedrez según su origen árabe “exetrench”, el mate lo asocia a “asentréch” y rey a “scheq” (de ahí viene también escaque y el más pedestre cheque de las finanzas). Por su parte alfil deriva, y es bien sabido, del árabe “fil”, elefante. Cuando de piezas se trata, Lugones usa otra, la del roque (la torre) para aludir al Presidente Roca.

Regresando a la ficción, el uso más cabal que hace Lugones al ajedrez deviene de su notable cuento Abuela Julieta, que fue incluido en 1909 en el libro Lunario sentimental. El relato se ubica en una casa en la que, entre música, diálogos y ajedrez, tía y sobrino ven correr, abúlicamente, sus existencias. Lo relevante es la tensión registrada entre ellos por un amor imposible y no declarado que es sublimado, entre otras cosas, a través de las partidas que disputan sobre el tablero. El ajedrez, entonces, no sólo queda presentado como actividad lúdica de ciertos sectores sociales que disponen de tiempo, sino que también es un instrumento, como en el Medioevo, para un erotismo que, en el caso, es absolutamente reprimido.

El ajedrez ingresa en el género del cuento en la literatura argentina

El autor parece asociar también al ajedrez con cierta inevitable melancolía. Una revelación:

“…Emilio encontró en el saloncito íntimo el tablero del juego (…) hizo sus reverencias de costumbre y jugó durante dos horas como si no hubiera hecho otra cosa toda la vida. Ni siquiera preguntó a la señora Olivia cómo sabía que a él le gustaba el ajedrez. Verdad es que ella habríase encontrado llena de perplejidad ante esa pregunta…”.

Seguramente la tía habría quedado aún más atónita si se hubiera visto impelida a confesar el verdadero cariz de sus sentimientos, esos que serán recíprocos. El sensual tablero podía apuntalar reflexiones:

El silencio del saloncito se volvió angustioso. Con la mano apoyada en la mejilla, la tía y el sobrino, separados apenas por el tablero donde las piezas inmóviles eternizaban abortados problemas, parecían dormir”.

La señora recordó que, cuando cuidó a su entonces joven pariente ante una enfermedad, no debió pasar al terreno de la tentación. Con el paso del tiempo, frente a una relación que no evolucionará lo suficiente, cuando el resplandor de la luna iluminará las canas de ambos, el ajedrez podía oficiar de consuelo. Como se ve Lugones en este cuento utilizó a pleno al juego como recurso literario para explorar y profundizar en la psicología de los personajes.

El gran exponente del modernismo en la Argentina, y uno de los escritores más notables de por siempre, entonces, es una figura clave al haber sabido incorporar el ajedrez a los géneros de poesía y cuento, dando entrada al milenario juego en un lugar clave de las letras argentinas. Leopoldo Lugones, una figura inolvidable, en tantos sentidos, particularmente desde el universo del ajedrez.

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