El poeta Francisco Paco Urondo y el ajedrez

Por Sergio Negri

Francisco Paco Urondo (1930-1976), además de amigo de otro inmenso poeta como fue Juan Gelman (1930-2014), fue compañero de este no solo en su afición por el mundo de las letras y el periodismo, sino también en un compromiso social que lo llevó a ambos a asumir luchas revolucionarias, las que no depondrían pese a que en 1973 asumió un gobierno democrático, que no obstante decantará para el lado de la tragedia.

Pero la cosa habrá de empeorar. Con la dictadura militar que tomó el poder el 24 de marzo de 1976 vendrá la noche más oscura de toda la historia argentina y, en ese contexto, Paco Urondo habrá de hallar una trágica y temprana muerte, tronchando una vida joven y privándonos de su talento en tanto poeta y cronista de la realidad. Pero su obra quedó y hoy un centro cultural de la Facultad de Filosofía y Letras de la ciudad de Buenos Aires y el Centro Cultural Provincial de su ciudad natal de Santa Fe llevan su nombre.

Urondo llevó al ajedrez a su obra poética, cosa que hizo en Spitfire, que comienza de esta manera:

Paco Urondo

Dos amigos parten a una grande y peligrosa velocidad: / el mundo los espera, aunque siempre / anduvieron por él con mayor o menor sentido. Pero ahora / en pocas horas, llegarán a Río o a Dakar; podrán / complicarse con una bossa nova, acariciar / el hombro lustroso de una negra en armas; vivir / otro lenguaje, otra vida: otros sueños y otro dolor, otra / vigilia traidora y mansa”.

Nostalgias por amistades que se pierden, al menos en el ejercicio de la cotidianidad, entre la que se incluía, y ya no será posible en el futuro, el hecho de jugar partidas de ajedrez. En efecto, el relato sigue en cierto momento diciendo así:

“Me dejan bastante triste estos dos amigos; aunque / parezca ridículo, no me gusta que se vayan tan lejos. / Sé que me cuesta / reconocer el cariño y la rabia; que me avergüenza / este tufo emotivo; que es demasiado / para un semoviente del siglo que se nos vino; un ser humano / occidental y blanco y ni siquiera judío, sino más bien duro de corazón. / El ajedrez, el latín, los versos, el teatro, / la política y las peleas, supieron unirnos; también / algunos caprichos / y manías que terminaron acercándonos a ese asunto / de la verdad objetiva de algunas subjetividades y de la/existencia, / en suma, y del amor y, por supuesto, de esa / revolución que nunca nos dejó tranquilos y mucho tuvo / que ver con esto de las partidas, / y de las emociones y de la insatisfacción que llegó / a poner en juego nuestro porvenir, a deshilacharlo…”.

Es de imaginar que algunos de esos amigos de Urondo, por ejemplo el propio Gelman, salvaron sus vidas con esos exilios no queridos. Lamentablemente, y ya lo sabemos, nuestro poeta (y lo propio le sucedió a su también amigo Rodolfo Walsh a quien ya nos hemos referido) no correría igual suerte.

Se puede escuchar este poema, y muchos otros, enme

En 1967 Urondo publica Del otro lado en el que se pueden observar los siguientes versos: “Juego al ajedrez con un actor de cine que me presta/su máquina de afeitar: no conozco un juego/más cálido que el ajedrez jugado con este amigo…”. Paco aquí, y también antes, ve indisolublemente unidos al ajedrez y a la amistad. ¡Cómo creer que tiene entera razón!   

Como periodista Urondo recogió testimonios de varios presos políticos, que fueron liberados el 25 de mayo de 1973 cuando el Presidente democrático Héctor José Cámpora asumió el poder, uno de los cuales, de nombre Ricardo René Haidar, le transmite la siguiente experiencia: “En la celda estábamos con Mario Ulla, Quique Bonet y Toschi. Nos pusimos a hacer un juego de ajedrez, con miga de pan las piezas blancas, y las negras con polvo de ladrillo y agua. Y con las boletas esas, juntamos dos boletas e hicimos el tablero, pintando los cuadros negros con polvo de ladrillo y agua. Ya lo teníamos listo y llegó el tipo y arreó con todo; y fue la primera sanción que nos dio, nos llevó adelante, nos requisó de nuevo, nos devolvió a la celda y nos tuvo ahí desnudos, parados, en posición inclinada, con las manos apoyadas contra la pared”. Otro prisionero, que más sencillamente usaba esas migas para jugar a las bolitas, terminó siendo sancionado, a punto tal que: “…no nos dejaban tener miga de pan en la celda, después de comer nos hacían barrer”. Al menos al ajedrez siempre se puede jugar desde un ejercicio de la imaginación. El mismo que nos permite soñar y ser libres, aún en condiciones de confinamiento, como nos lo sugieren tantas historias, incluso del pasado reciente, de jugadores que lo practicaban en los guetos nazis, en el marco del sitio de Leningrado, en cárceles y en los Gulags  de un régimen, el soviético, por el que paradojalmente Urondo tenía ciertas simpatías ideológicas.

Imagen de Francisco Urondo

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