Redes de vida sobre el permafrost

Por Diego Rasskin Gutman para Jot Down

Cuando la tierra se hiela, parecería que nada ni nadie pueden sobrevivir sobre ella. Pero la tundra y la taiga desmienten al sentido común. La vida encuentra cómo sobrevivir en una extensísima red de relaciones entre células, entre individuos de una misma especie y entre especies dentro de un ecosistema. En las sociedades pasa otro tanto, las familias, las comunidades, las tribus, las culturas; nos reunimos para cooperar y hacemos que la vasta red que formamos entre todos funcione. La vida es una red que une todo y permite que ocurran historias como esta, una historia de relaciones extrañas entre buscadores de oro en la tundra canadiense, escritores famosos, un cineasta y vagabundo y ciertos jugadores de ajedrez. Empieza así.

Hace poco más de cien años, la fiebre del oro se apoderó de la imaginación de la gente y en viajes imposibles llegaron en masa al punto de intersección entre los ríos Klondike y Yukón, donde nació Dawson City. Corrían los años inciertos de fin de siglo y la miseria estaba al otro lado de la puerta, en cada casa, en cada callejón sin salida. Aquellos que se atrevían a llegar hasta Dawson debían atravesar cientos de kilómetros de tundras, sobrevivir al frío, al hambre y a la extenuación. Fueron cientos de miles los que lo intentaron, así es la fuerza del hombre cuando va en busca del tesoro dorado.

Desde el puerto de Skagway, en Alaska, había dos maneras de llegar a Dawson, por el paso de las montañas, el terrible Chilkoot, o por el camino «fácil», donde esperaban los ladrones. Las imágenes de las filas de hombres subiendo por el Chilkoot son increíbles y reflejan de lo que es capaz la búsqueda de riqueza. La muerte acechaba a cada minuto, por extenuación o por hambre o por la locura de la nieve. Charles Chaplin, el eterno vagabundo, inmortalizó esta epopeya humana en La quimera del oro, su obra maestra de 1926.

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Charles Chaplin jugando con Sam Reshevsky. Foto: DP.