El escritor mexicano Juan Villoro Ruiz y el ajedrez (en el día de su cumpleaños número sesenta y siete)

Por Sergio Negri

Juan Villoro Ruiz, nació el 24 de septiembre (un día como hoy) de 1956, en la ciudad de México. Siendo un escritor muy reconocido, tiene como punto alto de su trayectoria el Premio Herralde obtenido en 2004 por su novela El testigo, en la que el ajedrez aparece aludido en varias oportunidades.

Por un lado, uno de sus personajes, Donasiano, tenía varios  “cachivaches”, entre los que se destacaba un ajedrez hecho con huesos de aceituna. Por el otro, hay sendas referencias a un poema que concibe uno de sus personajes en el cual se define al ajedrez como una “vacua intriga”, lo que se desprende del siguiente pasaje del libro:

Juan Villoro Ruiz

“Ramón buscaba el sacrificio. Recuerde que no se casó con Margarita Quijano, la Dama de los Guantes Negros, por algo que él le confesó e impidió la unión, un secreto que ella se llevó a la tumba, a los noventa y siete años. Vivió hasta 1975, ¡imagínese nomás! Ramón la conoció en un tranvía y le escribió el poema «Tus dientes». Luego la vio recitar (fue ella quien leyó en un acto luctuoso el poema que Manuel Gutiérrez Nájera llevaba en el bolsillo cuando murió), inició un tenue asedio amoroso, la «vacua intriga de ajedrez» que refiere en el poema «Despilfarras el tiempo…». ¿Ha reparado usted en algo?”.

Por otra parte, en el relato Paciente Cero (en https://letraslibres.com/revista/paciente-cero/), el autor se refiere recurrentemente al ajedrez. Desde el propio comienzo se lo presenta así:

«1. Lo que queda del mundo 

Nací en un tiempo remoto, cuando el helado de vainilla era amarillo. El mundo se había puesto de acuerdo para que tuviera ese color, pero avanzado el siglo se volvió rojo. Dicen que ahora se consume más. La gente quiere cosas rojas.

El Dr. Fong es aficionado a la herbolaria. Prepara un extracto de vainilla color café. Le pregunté si pensaba teñirlo de rojo.

–La realidad finge colores, nosotros no tenemos que hacerlo –respondió.

Lo visito cada tercer día para jugar ajedrez…». 

Y así, entre partidas de ajedrez, se darán esos encuentros entre los personajes principales del cuento. Las menciones puntuales al juego, además de la ya indicada, son las siguientes:

  • Mientras asedia mi rey en una partida de ajedrez, habla de los millones de animales sacrificados para que la gente siguiera con vida
  • Asumió el tono abstraído que usaba al divagar durante nuestras sesiones de té y ajedrez
  •  Incluso en sus pasatiempos actúa como experto: me deja jugar con las blancas, pero gana todas las partidas de ajedrez
  • Pensé que mi presencia en ese sitio no solo se debía al deseo del Dr. de ganarme en el ajedrez
  • Una tarde fui a visitar a Fong y jugamos al ajedrez como siempre. Recuerdo que tenía un caballo en la mano, lo dejé caer y de pronto me desvanecí
  •  Su rebeldía tiene causas científicas. Sé cómo juega al ajedrez: para él las reglas sirven si son un estímulo. Ahora busca otras reglas para lo real
  • Recordé que, antes de salir rumbo a la partida de ajedrez en la que perdí el conocimiento, coincidí con Ling en la cocina del bungaló

En otro de sus cuentos, El balón y la cabeza (en https://cuentosimperdibles.wordpress.com/2012/10/22/el-balon-y-la-cabeza-juan-villoro/), en sus mismos inicios se traza un curioso paralelismo entre fútbol y ajedrez, a esta guisa:

 «MENTE DA EN EL POSTE

Supongo que al final de un torneo de ajedrez Karpov y Kasparov ven los rostros como una oportunidad de que la nariz se convierta en un caballo y se coma un ojo. Lo mismo pasa con el enfermo de fútbol…».

Otro relato en que Villoro menciona al ajedrez, con muy graciosa galanura, es El articulista, en donde se acuña la idea de que el término ajedrecista puede ser esgrimido en términos de insulto. El pasaje respectivo dice así:

«Durante mi estancia, el Amigo impartió una conferencia en el Ateneo de la ciudad sobre “Ajedrez y literatura”. Sus conocimientos del deporte-ciencia le acarrean admiraciones, pero también denuestos. Cuando alguien no está de acuerdo con sus ideas políticas, le grita “¡ajedrecista!”, como si se tratara de un insulto».

Cuando analizamos el estrecho vínculo de Ricardo Piglia (1941-2017) con el ajedrez (Ricardo Piglia llevó su fanatismo por el ajedrez a su obra literaria), mencionamos a Villoro en tanto crítico de Respiración artificial, uno de los trabajos más reconocidos del escritor argentino. En ese contexto, su colega mexicano aseguró que estábamos en presencia de una:

Novela de filiación. Respiración artificial relaciona una estirpe, pero la línea sucesoria no sigue un trayecto recto, de padre a hijo, sino oblicuo, como el alfil del ajedrez, de tío a sobrino. Al mismo tiempo, quien establece y guía la relación es el sobrino: el tío ya ha sido narrado por él y protagoniza su novela La prolijidad de lo real”.

Pensamiento de ajedrecista, el de Piglia, que supo estructurar este relato, tal vez, y como Villoro asegura, desplazándose en el árbol genealógico de los personajes como si de una pieza de alfil se tratara. O, quizás, mejor aún, si nos permite el concepto el escritor mexicano, podría establecerse que siguió los pasos más elegantes, al menos en cuanto a la gracilidad de sus  movimientos, de un caballo del ajedrez.

Luis Ignacio Helguera, en su libro Peón aislado: ensayos sobre ajedrez, comparte una interesante anécdota que tiene como eje a Villoro y al más grande ajedrecista mexicano de todos los tiempos, Carlos Torre Repetto (1904-1978) (Sacrificio de Torre (Sobre la vida del ajedrecista mexicano Carlos Torre Repetto)). Dice al respecto el autor:

«Escribe Juan Villoro sobre el valioso manuscrito «Carlos Torre y sus contemporáneos. La trágica carrera del más grande ajedrecista mexicano» de Gilberto Repetto Milán: ´La biografía sigue inédita y el manuscrito es tan difícil de hallar como la causa del repentino desequilibrio de Torre´ (p: 90). Curiosa falsedad, el propio Juan Villoro, tiempo después, puso generosamente en mis manos una copia del manuscrito. No así la misteriosa causa del eclipse de Torre».

Finalicemos esta recorrida diciendo que la primera vez que Juan Villoro escribió para niños fue a mediados de los años 80, con el volumen Las golosinas secretas. Entonces pensó que la literatura para niños sería un descanso, como jugar damas chinas, después de haber jugado ajedrez, pero pronto se percató de la complejidad de la mente infantil y decidió continuar (en https://www.ntrguadalajara.com/post.php?id_nota=185472). Afortunados los niños. Afortunados todos.

©ALS, 2022

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