Benito Villegas, «espina dorsal del ajedrez argentino» o «tablero viviente»

Por Juan Sebastián Morgado

Nota de ALS:

Se reproduce en ALS, desde luego con autorización del autor, el capítulo íntegro dedicado a Benito Higinio Villegas (1877-1952), incluido en el libro Luces y Sombras del Ajedrez Argentino, Tomo 2, de Juan Sebastián Morgado.

Ello es particularmente grato ya que Estamos en presencia de alguien que fue uno de los mejores ajedrecistas en tiempos fundacionales del ajedrez nativo.

En efecto, Villegas fue un principal exponente del primer tercio del siglo XX, referente del Club Argentino de Ajedrez, campeón nacional y alguien que, lamentablemente, no llegó a ser jugador olímpico representando en esa arena a un país que lo tuvo como uno de sus máximos referentes de su tiempo.

Benito Villegas fue definido por Roberto Grau (1900-1944), el jugador argentino más influyente de la primera mitad del siglo XX, como «la espina dorsal del ajedrez argentino». También se ha dicho de Villegas que era un «tablero viviente». Conceptos ambos que constituyen toda una ponderación; todo un reconocimiento; todo un trascendente homenaje para quien fue uno de los pilares del ajedrez argentino en su época germinal.

Benito Villegas

CAPÍTULO 14 BENITO VILLEGAS

Microbiografía (Roberto Grau)

Benito Higinio Villegas es la espina dorsal del ajedrez argentino. Su vida es un diálogo permanente con el prestigio, y un ejemplo magnífico de voluntad de lucha y espíritu deportivo. En 1900 comienza su vida de ajedrecista de gran calidad, y así, en un medio oscuro todavía, surgió su figura como la más nítida expresión de lo que llegaría a ser el ajedrez argentino en el futuro.

Ganó en aquél tiempo varios certámenes locales, se impuso en la primera competencia de gran envergadura realizada en el país en 1905, y más tarde, huérfano de antecedentes, consiguió empatarle al doctor Teichmann, gran maestro que actuó aquí en 1907. Varias veces campeón del Club Argentino, entidad a la que ligó su historia, dejó en algunas ocasiones el primer puesto a otros jugadores, pero fue siempre el animador máximo de sus torneos, y figuró, sin excepción, entre las dos o tres figuras de mayor prestigio. Y ésta es su historia presente. Ni años ni adversidades han logrado atenuar su espíritu de lucha, y aún es uno de los ajedrecistas de mayor calidad del país. Treinta y cinco años de ajedrez en primer plano, y treinta y cinco años de permanente brindar su prestigio para que los que avanzan redondeen el suyo. Eso es Villegas en nuestro ajedrez, y por eso merece el reconocimiento de todos nosotros.

Multi-funcionario (March Ríos)

Benito Higinio Villegas fue funcionario bancario, Comisario en el Chaco, profesor de ajedrez en el Jockey Club de Buenos Aires, caballero del ajedrez, auténtico bohemio.

Benito A. (Sic) Villegas en el diccionario (Abad de Santillán)

Ajedrecista, nacido el 11 de enero de 1877, y fallecido en abril de 1952. Se distinguió en ajedrez durante décadas. Comenzó a jugar en el Club del Progreso de Buenos Aires, centro de ese deporte a comienzos del Siglo XX. En 1905 ganó el campeonato del Club Argentino, que retuvo en 1906 y 1907. Juntamente con Illa y Lynch, representó a la Argentina en torneos internacionales. Conquistó el Campeonato Argentino en 1921 contra Lizardo Molina Carranza, y en 1923 le fue reconocido el título por la FADA.

Villegas histriónico (Oscar Molteni)

Acerca de la actuación de Villegas en el Torneo del Jockey Club de La Plata de 1944, el Ing. Oscar Molteni testimonia sobre él:

Dejé para el final al maestro argentino Benito Villegas porque pese a no ser el más fuerte del torneo tenía una personalidad y una imagen de alto impacto, realmente avasallante. Una figura esbelta, con una cabellera abundante y blanca despeinada sobre su rostro, sus lentes y su impecable vestimenta. Realmente una estampa.

1950

Ídolo en el Club Argentino (Lipiniks)

Tal era el magnetismo de Villegas en el seno de esta institución, que encontrándose él con algunos problemas económicos, el 5 de abril de 1910 la Comisión Directiva de la entidad resuelve condonarle las cuotas adeudadas, “por considerar que la presencia de éste es beneficiosa para el Club”. Se acuerda que saldará sus cuotas mediante dos conferencias.

1920

Villegas y Lynch (Joaquín Malarino)

Hablar de Lynch y de Villegas, ¿para qué? Son campeones vastamente conocidos. Extraídos del Café Lloveras, fueron de los primeros fundadores del Club Argentino de Ajedrez. Muchas veces los seguí, antes del Club, en el Lloveras y en el Americano alguna vez.

Aunque en teoría Villegas pudiera ser más fuerte, las jugadas de Lynch eran siempre seducientes. A la apatía de Villegas, al mover un peón, respondía la resuelta y emocionante jugada de Lynch. A la larga meditación de Villegas y examen para el avance de un pequeño peón o para tomar una pieza en los comienzos del partido, exclama alguna vez, cuando lo he interrogado sobre su demora y lentitud en tomar aquella pieza:

–Hay que examinar primero.

La brillantez del juego de Lynch, aparte de su propia ciencia, reposa en primer grado en la rápida ejecución del movimiento. La lentitud, en cambio, de Villegas, hace que su ciencia sea bien distinta de la de Lynch.

1922

Un campeón desteñido, y Reca (El Gráfico)

¡Villegas, la eternidad en ajedrez! El segundo campeón argentino de ajedrez fue Benito Higinio Villegas. ¿El segundo? No, el  primero,  el segundo, el tercero, el vigésimo y el campeón de todos los tiempos. Es tradicional su consagración al ajedrez. Es, no un trozo de la historia del ajedrez argentino, sino esa historia íntegra. Resulta maravilloso y verdaderamente envidiable, que ante los abrumadores problemas que conmueven a la humanidad, ante el fermentar político, social y bélico que sacude el mundo, haya alguien a quien nada de esto le preocupa, porque sumergido en las 64 casillas alternativamente blancas y negras del tablero, no se ha enterado de nada… ¡Cuántos ajedrecistas, quizás con más condiciones, han derrotado a Villegas en un momento en que su entusiasmo, si no llegó a igualar –porque eso es imposible– se aproximó al del veterano! ¡Y a cuántos –a casi todos ellos– Villegas ha vuelto a superar apenas se debilitó el fuego sagrado de sus vencedores ocasionales! No importa que un adolescente triunfe hoy sobre el viejo ajedrecista criollo y payador. Dentro de 20 años –estamos seguros de ello– Villegas, con su jueguito tremendamente defensivo, colocando todas sus piezas lo más atrás posible, se tomará amplio desquite.

Digamos rápidamente, sin embargo, que Villegas fue campeón porque Reca se negó a disputar otra vez su título frente al veterano, por entender que su rival más calificado era Grau. El jurado ad hoc proclamó entonces campeón argentino al vencedor de un descolorido match entre Villegas y el doctor Lizardo Molina Carranza, que después ocuparía una banca en el Concejo Deliberante.

1922

Así enseñaba Benito (Revista Uruguaya)

¡Era medio siglo de batallas sobre el tablero lo que Benito Villegas exponía a su auditorio cuando alguien lo consultaba sobre un tipo de posición, una variante, una partida suspendida o una defensa determinada! ¡Medio siglo!

Más que las edades juntas de un par de pichones amantes del cuadriculado… Cuando Capablanca, en 1939, estuvo frente a él, escuchamos:

–¡Usted todavía en la brecha!

Al cubano le parecía un escamoteo mágico recordarlo mayor que él en 1911, y encontrarlo guapo casi treinta años después. Hasta esa fecha, conservó el vigor necesario para soportar un torneo sin altibajos. Después, aflojó cada vez más; su juego se hizo reticente, y su debilitada vista lo compelía a un esfuerzo casi sobrehumano. A menudo debía tocar una pieza para saber de cuál se trataba, y ponerla a dos centímetros de sus anteojos para adivinar el color. Esta desventaja hacía que muchos semillitas se le subieran a las barbas en algunas ocasiones, ganándole. Pero no era tan fácil todavía. Benito conservaba la orientación para no perder el equilibrio posicional, y hacía tablas con frecuencia. En sus partidas de media rienda –quería decir entre media y una hora de duración–, y que le hemos visto jugar muchas, tampoco desequilibraba la lucha a su favor en situaciones propicias. Setenta y tantos años viviendo de noche –porque seguramente en el siglo pasado debió ir a una escuela que iniciaba las clases a las 0 hora– no habían pasado en vano.

Su fuego de entusiasmo lo conservó siempre. Y su pasión por el ajedrez era una pasión de adolescente: ciega y tenaz. Asombraba la fortaleza de su espíritu. ¡Y no hace tanto! En ocasión de un banquete realizado en 1951, Villegas intercaló, dentro de un discurso del doctor Montenegro, algunas estrofas de Ascasubi, con voz potente y varonil, erecto aún, conservando su porte señorial. Allá lejos, en sus mocedades, tuvo que ver con la composición del verso criollo, y sabemos de sus andanzas con la guitarra, suponemos que tocaba tan bien como recitaba.

Su larga experiencia lo hacía un maestro incomparable. Razonaba con claridad y tenía la facultad de no perderse en las complicaciones. (…) No le desesperaba que un jugador de su misma altura ajedrecística lo interrumpiera mientras daba una lección, pero sí que un gato cualquiera lo acosara con repetidas observaciones. Entonces, se inclinaba sobre el oído de algún conocido sentado cerca de él, y como en secreto, con voz que todos oían, le preguntaba, refiriéndose al gato:

¿Quién es?

Venía la respuesta del consultado. Nunca supimos bien por qué Benito averiguaba primero quién era el modesto felino. Tal vez para asegurarse  que no fuera el Jefe de Policía, o tal vez fuera una mise en scéne. El hecho es que en la próxima interrupción Villegas le espetaba:

–¿Por qué no se calla la boca? ¿No se da cuenta que no manya nada?

Y la risotada era general, inclusive de la víctima. Su juego es ultra sólido, lo mismo que su conducta y fuerza de voluntad. Juega las aperturas admirablemente: no trata de producir grandes combinaciones en el medio juego, sino, como cultor de la escuela moderna, busca conservar o consolidar o aumentar la ventaja de posición. Sus escasas derrotas derivan generalmente de su sistema por demás conservador, que aunque en general significa una cualidad excelente, en ciertos casos es un defecto.

1923

Las anécdotas de Benito (Gideon Ståhlberg)

Benito Villegas era en su momento empleado bancario. Se cuenta que una vez fue enviado como correo por su banco a otro banco para entregar importantes papeles. En camino hacia allí pasó por un café donde se jugaba al ajedrez y entró a tomar una cerveza. Allí se encontraba uno de sus mejores amigos, y fuerte jugador de ajedrez, (Arturo) Quiroga. Los amigos decidieron jugar un par de partidas rápidas y así fue como Villegas se olvidó de su comisión. El juego prosiguió durante dos días, con las únicas pausas necesarias para ir al baño o comer algo. Para ese entonces ambos bancos habían dado la alarma y medio Buenos Aires buscaba a Villegas.

Finalmente, un colega del banco que también jugaba al ajedrez lo descubrió en el café. Demás está decir que el episodio le costó a Villegas el empleo y su carrera bancaria.

1927

Villegas y la “posesita” (Crítica)

“Benito Villegas es el mejor jugador argentino”. Esta frase, que pudiera resultar cierta – pero que indudablemente es muy arriesgada– si sólo se  con

sidera la potencialidad técnica y eficacia práctica, sería la quintaesencia de la verdad si midiésemos las facultades ajedrecísticas de un jugador por la afición y el cariño que profesa al noble deporte. (Sic) Benito es el más viejo de todos nuestros ajedrecistas en actividad, y el más joven por su constancia, entusias- mo y dedicación. Esa pasión violenta que produce la práctica inicial del juego ciencia, y que luego se atempera y hasta se extingue con el correr de los años, florece aún primaveralmente en el alma de Villegas. (…)

Benito juega al ajedrez diez, quince, veinte, veinticuatro, y si fuera necesario… ¡treinta horas diarias! Termina estas sesiones, agotadoras para una naturaleza menos fuerte que la suya, bien plantado sobre su asiento, el busto erguido y fresco como una lechuga. La mirada aún brilla a través de los gruesos cristales de sus lentes, la posesita (Sic. Derivado de ‘pose’) de satisfacción es siempre la misma, los estribillos de ¡molto bene!, ¡sin embargo! y ¡cepen- dant!, se suceden sin interrupción.

Una noche, a la salida del Club Argentino, y siendo ya las tres de la mañana, los trasnochadores del ajedrez resolvieron continuar su tertulia en casa del doctor (Carlos) Querencio. A medida que transcurría el tiempo –no mucho, naturalmente–, los invitados se fueron retirando a sus respectivos hogares, y también el dueño de casa sintió la necesidad de un sueñito reparador. Eran las nueve de la mañana y en aquel incruento campo de batalla ajedrecístico sólo quedaban dos héroes: uno, Carlitos Portela, que se dormía materialmente sobre el tablero, y el otro, Benito, más despierto y rozagante que nunca. Villegas contempló con cierta pena al amable adversario que se rendía de sueño, y le propuso solícito, paternal:

–¿Qué te parece, Carlitos, si jugamos unos pimponcitos para despejarnos?

Villegas dispone de otra arma formidable para las luchas del tablero: su sano optimismo, su confianza ciega, basada en la noción de las propias fuerzas y en una vida colmada de triunfos ajedrecísticos. No hace muchos días, Benito, presentándose a cierta chica, sin acudir a interpósita persona, declaraba muy convencido:

–Benito Villegas, que fue campeón argentino. ¡Y que bien puedo volver a serlo!

Villegas es un enamorado de la lucha, en especial de la lucha ajedrecística. Por eso, le fastidian las partidas que se terminan de manera fulminante, sin permitir danzas, contradanzas y fintitas con las piezas. En alguna ocasión interrumpió indignado los elogios que se hacían de cierto combate brillante decidido en pocas jugadas con esta sentencia lapidaria:

–¿Y a esa porquería en 20 golpes lo llaman hermosa partida? ¡Mis buenas partidas tienen, por lo menos, óiganme bien, sesenta jugadas!

En efecto, así extensas son el magnífico Ruy López que le debió ganar al entonces campeón del mundo. Emanuel Lasker, en 1910, y la célebre Siciliana contra Teichmann, que constituye quizá el triunfo más meritorio de Benito.

1937

¿Por quién voté, doctor? (Roberto Grau)

Benito Villegas es el hombre más querido de nuestro ajedrez. Criollo cabal, noble, lleno de arrestos, tiene por el ajedrez una pasión extraordinaria. Juega con idéntico entusiasmo ahora que hace 30 años, y su vida está llena de anécdotas interesantes. Desmemoriado, a pesar de lo que se supone de los ajedrecistas, vive un poco fuera del mundo, y tiene rasgos de ingenio notables.

Hace poco tiempo le fue pedida su libreta de enrolamiento por el secretario de la FADA, doctor Joaquín Gómez Masía, para sacarle un pasaporte, pues debía jugar en el Paraguay, pero dificultades de última hora le impidieron concurrir. Habían pasado tres días del domingo de elecciones nacionales últimas, cuando fue al club y le pidió al doctor Gómez Masía su libreta, pues quería votar. Le advirtió un viejo socio del Club Argentino:

–¡Pero Benito! Las elecciones ya pasaron. Luego agregó para hacer un chiste:

–Por otra parte, le anticipo que no debe afligirse, porque ya lo han hecho votar.

Agregó Villegas sin afligirse:

–¡Cierto, doctor! ¿Y por quién voté?

Agregó Gómez Masía, mientras le devolvía la libreta:

–No se olvide, Benito, que el voto es secreto. ¡No puedo decírselo! A lo que Villegas respondió:

–Muchas gracias, doctor, por haber evitado que burlara la ley que obliga a votar a todo ciudadano-

Y sin revisarla, se guardó la libreta en el bolsillo, como si nada hubiera pasado.

1938

Villegas y Fenoglio (Roberto Grau)

Benito Villegas es la figura más querida de nuestro ajedrez. Su entusiasmo irrefrenable, que no han podido suavizar sus cuarenta años de tablero, se puso otra vez en evidencia en el reciente torneo del Club Argentino. En la última rueda jugaba con Fenoglio, y la partida era, teóricamente, tablas. De empatarla Villegas habría igualado el primer puesto con Jacobo Bolbochán. Todo indicaba que el maestro iba a lograr esa merecida satisfacción. Agregó mientras le extendía la mano con energía:

–Pero si es tablas, hermano. ¿Para qué te cansás? Mirá, firmá la planilla y no pierdas tiempo.

Respondió Fenoglio, siempre tesonero e infatigable, quizá confiado en la posición y en sus mayores reservas físicas para una lucha tan agotadora para los nervios:

–Todavía hay juego.

En el Club Argentino reinaba un ambiente de emoción; todos deseaban palmear a Villegas cuando éste, que seguía dialogando mientras jugaba, incurrió en un error y malogró todo su meritorio esfuerzo. Al terminar la lucha paseó su vista por el salón, y dijo:

–¡No tengo suerte! ¡Voy a dejar el ajedrez!

Pero no habían pasado dos minutos cuando se sobrepuso a la emoción de la inesperada derrota y exclamó:

–¡Qué diablos! ¡Me voy a anotar en el Torneo Mayor para darles la lección que se merecen éstos!

Mientras se rehacía y volvía a lucir su prestancia de luchador indómito e infatigable, el público de la sala lo aplaudió como su hubiera triunfado. Quizá porque había triunfado rápidamente sobre el fugaz desfallecimiento, que a veces es lo más difícil de superar. Y hoy, Benito, se halla nuevamente en su puesto, tomando parte en el Torneo Mayor (Nota de Roberto Grau en Leoplán Nº 97 del 28 de setiembre de 1938).

1938

Por entonces el viejo Villegas, aunque de estilo algo retenido, era un maestro de buen juego posicional, y dominaba una decena de aperturas, como la Inglesa, la India de Dama, la Francesa, la Zukertort-Reti, la Nimzoindia y la India del Rey. Acostumbraba a salir con el caballo rey, tanto con blancas como con negras. Gustaba dictar cátedra sentado a una mesa frente al tablero rodeado de aficionados. Así lo vimos más de una vez. Recuerdo una clase magistral sobre una de las líneas de la Defensa Siciliana en que el negro juega… e6 y… Ab4, que a veces empleaba. Decía que era un sistema recomendable para hacer tablas, especialmente ante adversarios temerosos.

El multifacético Villegas en el Torneo Mayor (Luciano Cámara)

Villegas fue un habitante de la noche. Se amanecía con su yerno Jacobo Bolbochán por los cafés de Buenos Aires. Su aspecto era señorial, como correspondía a un profesor de ajedrez del Jockey Club, en el que gozaba de una especie de canonjía que lo ayudaba económicamente y lo divertía. A menudo se mostraba gracioso, y los concurrentes al Club Argentino solían tirarle la lengua, a lo que se prestaba en una actitud cómplice. Por entonces el Club Argentino estaba en Avenida de Mayo y San José. Una noche se realizó una gran concentración en la Plaza de los Dos Congresos con motivo del Congreso Eucarístico. Una multitud desfiló por la avenida coreando ‘Cristo Rey’, ‘Cristo Rey’. Benito, como si respondiera a una sugerencia sobre la partida que estaba analizando, casi vociferó:

–¿Peón cinco rey? ¡No, mi amigo, es una mala jugada!

Y habrá sonreído por adentro por la hilaridad que despertó.

1939

Villegas, el incomparable (Amílcar Celaya)

El verdadero ajedrecista argentino es Benito Higinio Villegas. Los demás no pueden comparársele. Podrá ser Grau el campeón nacional; podrá ser Palau el finalista olímpico de 1924, podrá Guimard haberle antecedido en el título y ganado torneos en Alemania e Inglaterra; podrá Pleci haber totalizado scores fantásticos contra los equipos extranjeros cada vez que le tocó medirse en representación de nuestro país; podrá Piazzini haber derrotado a Reshevsky; pero, ¿cómo pretendería ninguno de ellos –ni todos juntos– compararse con el impagable Benito? Villegas no es un ajedrecista de orden común: es el ajedrez en la Argentina, sin distinción de lugar y de tiempo.

En su extensísima carrera profesional raramente Villegas fue considerado el mejor jugador del país. Especie de Segundo Sombra del tablero, siempre hubo alguien que le aventajase: Mom, Illa y Lynch en la edad de oro, Reca, Grau, Palau, Pleci, Bolbochán, Piazzini, Schvartzman o Guimard en la época moderna. Su inmensa vocación lo llevó, sin embargo a no soltar nunca ese segundo puesto.

Villegas nació en enero de 1877; Guimard en abril de 1913. Por ahora Guimard es 36 años más joven que Villegas, y troca su juventud en eficacia sobre el tablero. ¡Pero no lo será siempre! Pasará un año, pasarán cinco, ¡o diez o cuarenta o cien!, y cuando Guimard perciba que se ha endurecido su espíritu y que ya no se emociona con las satisfacciones que brinda el juego-arte, que el hastío aja los pliegues de su talento, surgirá Villegas, eternamente el mismo, y lo derrotará. Villegas es y será la sombra inexorable de todas las glorias ajedrecísticas.

La compenetración de Villegas con el ajedrez es completa, absoluta, forman un mismo ser y una sola sustancia. No se crea, sin embargo, que esa compenetración se haya realizado con el ajedrez magistral, con las partidas famosas de los grandes maestros. No. Villegas conoce “su” ajedrez personal, singularísimo y de su exclusiva propiedad, que crea de su contacto directo con el tablero, sin leer libros ni revistas que no harían más que molestarlo. Y ese ajedrez personal borra de tal modo el mundo de sus sentidos, que no sabe nada de nada ni le importa saberlo. Vive al margen de la realidad, sin más horizonte que el cuadriculado de las 64 casillas, mientras los tensos acontecimientos de esta hora (mundial) incierta se deslizan a la vera de su espíritu abstraído, sin hacerle mella. Si a Villegas se le preguntase quién es el presidente de la República, respondería que es Hipólito Yrigoyen; si le preguntasen sobre el primer magistrado de Alemania, contestaría que el Kaiser. Lo que en el ínterin ha ocurrido en nuestro país y en el mundo lo tiene sin cuidado.

Un amigo de Villegas fue nombrado gobernador en Santa Cruz. Estuvo allá dos años, y al cabo de ese tiempo regresó a Buenos Aires. Se trata de Carlos Portela. La noche del primer día que pasó aquí, fue al Club Argentino para saludar a sus amigos. Entrando a una de las salas lo vio a Villegas y se dirigió hacia él, saludándolo con un abrazo:

–Hola, ¿cómo estás, Carlitos? ¿Cómo te va?

Y de inmediato, refiriéndose a una partida que terminaba de presenciar, le dijo al hombre que volvía de Santa Cruz después de dos años:

–¡Si me come el caballo, no hubiera pasado nada.

Villegas es único en la tierra. Tan personal es su ajedrez como su reacción a los acontecimientos angustiosos que forman el clima de esta hora grave que vivimos. (Jacobo) Bolbochán me decía en cierta ocasión:

–Cuando yo juego contra cualquier ajedrecista argentino más o menos preveo las jugadas que me van a hacer, los planes que van a desarrollar. En cambio, las jugadas de Villegas siempre me toman por sorpresa y ni se me ocurre que él pueda imaginarlas. Son rarísimas, responden a un mecanismo cerebral originalísimo, incomprensible.

Kostic estaba sorprendido por el estilo de juego de Benito Villegas. Decía:

–Si atacara como se defiende, sería invencible.

Hacía referencia a las jugadas pintorescas y sorpresivas, poco ortodoxas, que hacía frecuentemente Villegas. La característica más neta del estilo de Villegas es lo que él llama tonificación. Se pasa la partida tonificando la posición. Defiende un caballo con un peón, y después otro peón, y luego con el otro caballo y con un alfil, las torres, la dama, el rey. Defiende siempre. Estos son los famosos tónicos que suministra a litros a sus piezas. Es claro que con semejante estilo de juego, las partidas de Villegas se hacen interminables, lo que constituye su orgullo. Una noche, indignado porque se elogiaba cierta brillantísima partida de sólo veintitantas jugadas, Benito saltó como un resorte:

–¿Cómo va a ser buena una partida de veinte jugadas? ¡Cualquiera de las mías tiene, por lo menos, cincuenta!

A las prietas formaciones estratégicas que él construye, les da nombres no menos originales: aquellos mazacotes de piezas, sólidamente pegados con argamasa, se llaman pared; cuando la protección es menos firme, se denominan cortina; un frente de peones en semicírculo se llama flequillo. Estos nombres causan las delicias de los centros ajedrecísticos, que ríen de ellos a mandíbula batiente.

Villegas es incansable. Su resistencia física para el ajedrez no tiene límites. A la madrugada lo echan del Club Argentino porque hay que cerrar las puertas, y se va a jugar al ajedrez a un café, donde también lo echan, y entonces se aparece en la casa de cualquier amigo, tan noctámbulo como él, para continuar sus tareas de tonificación de caballos, torres y alfiles. Una mañana –eran las nueve– su adversario de no sé cuántas partidas se caía de cansancio y de sueño. Entonces Villegas, más interesado que nunca por los problemas de tablero, le propuso:

–Che, Carlitos, ¿por qué no jugamos unos pimponcitos para despejarnos?

Sesiones ajedrecísticas ininterrumpidas de las nueve de la noche a las nueve de la mañana, son habituales en Villegas, sin que sean escasas tampoco las de nueve de la noche a nueve de la mañana, pero no del día siguiente, ¡sino del subsiguiente! Por cierto que debe ir renovando sus adversarios, porque, aunque sean todos más jóvenes que él, ninguno resulta capaz de resistir semejante tren. Sólo uno, contemporáneo, amigo dilecto y detractor encarnizado de Villegas –don Arturo Quiroga–, puede acompañarlo sin fatiga en esas tremendas maratones.

Y este hombre maduro, sesudo maestro de ajedrez, es de una credulidad encantadora. Sus amigos del Club Argentino le hacen creer cualquier cosa. Quiroga, abriendo mucho los ojos grandes, color uva clara, y cruzando los brazos, le explica lo que opinan Capita –Capablanca–, Bogol –Bogoljubow–, Tartita –Tartakower–, y Lili –Lilienthal– de distintas aperturas y posiciones de ajedrez, y Villegas lo escucha estático y asombrado. Comenta luego:

–¡Lo que sabe este Arturo! ¡Sabe de ajedrez, sabe de política, sabe de revoluciones! ¡Sabe de todo!

Como todos los ingenuos golpeados por la vida, Villegas es desconfiado cuando menos motivo tiene para ello. Durante uno de los torneos de Montevideo, se dirigió furioso al administrador del hotel en que se hospedaba porque, al final de la primera carilla de la cuenta, aparecía escrito “transporte”, y a continuación una inquietante suma:

–¿Qué diablos es esto de “transporte”, si no me he movido del hotel?

Villegas, el viejo maestro, el gran analista de finales, de quien dijo Capablanca era el mejor jugador del país, mantuvo hasta el final su digna aspiración al triunfo (en el Torneo Mayor de 1933). Figura simpática, el veterano Villegas es querido por todos con justa razón.

1941: El único ajedrecista argentino (Alles Monasterio)

En la Argentina hay un solo ajedrecista. Esta categórica afirmación, no obstante rebosar de verdad verdadera, sorprenderá, sin dudas. ¿No nos ha dicho el maestro Najdorf, después de recorrer pueblos y pueblos de nuestra campaña agraria, que con relación a su población, probablemente en ningún país del mundo se juegue tanto al ajedrez como entre nosotros? ¿No se funda, todos los días, en cada barrio de esta gran ciudad de Buenos Aires un nuevo club de ajedrez? ¿Qué? ¿No son ajedrecistas el campeón Guimard, el ex campeón Grau, ni Maderna, ni Piazzini, ni Iliesco, ni los hermanos Bolbochán, ni el veterano Lynch? ¿No son ajedrecistas la pléyade de maestros extranjeros que la guerra ancló en nuestras playas? ¿No son ajedrecistas nuestros lectores?

Para los que conocemos al veterano maestro criollo Benito Villegas, no. Comparados con Benito, no. Hay tanta diferencia entre cualquiera de ellos y Benito, como entre uno que ignora el movimiento de las piezas, y todos ellos. Benito es un tablero viviente. Es un espíritu cuadriculado en 64 casillas alternativamente blancas y negras. Ha realizado el milagro de ubicar todos los fenómenos humanos y divinos: la guerra, la crisis, la libertad, la democracia, el totalitarismo, la filosofía, el destino del hombre, en un tablero de ajedrez. Hay hechos y conceptos para los cuáles nuestro pobre planeta rodante y doliente parece ser chico; pues Benito los ha distribuido con holgura en 64 casillas.

¿Qué cómo? ¿Y acaso es posible saberlo?

Benito se levanta obsesionado por el ajedrez. Los primeros pensamientos del día, que un espíritu místico ofrenda al creador, Benito los dedica al modesto juego de ajedrez que se ha fabricado con carreteles en su ranchito de Villa Urquiza. ¿Que ha caído París en poder de los alemanes? Villegas no se inmuta. Dice:

–¡Ajá! Pero, ¿no te parece, hermano, que en esa posición, D4T debe ganar?

¿Qué Rusia ha entrado en la guerra? Idéntica indiferencia.

–Bueno, es que si jugás, hermano, R1C, ya no hay mate.

¿Qué se interpela a un ministro por las actividades anti-argentinas, y a otro por el presupuesto, y al de más allá por el trigo, y el maíz, y el girasol…? Muy interesante, pero no le importa. Concluye Benito:

–Yo creo, hermano, que si movés el Rey a 3ª se acaba el ataque-

Todo esto, sazonado con dichos criollos, y hasta con décimas camperas, a las que sólo les hace falta la guitarra. Así es Benito. Así lo fue siempre. Así lo será, hasta que el Sumo Hacedor le dé el jaque mate final, que por el pecado de nacer, pesa sobre todos nosotros. Villegas es así, ¿cómo puede, nadie, ni en la Argentina ni en el mundo, llamarse ajedrecista, a su lado?

1942: A fuerza de pura suerte (Alles Monasterio)

El veterano maestro Benito Villegas, siempre en la brecha y siempre temible, es un hombre a quien no le gusta discutir; prefiere adherirse con vigoroso entusiasmo a todo cuanto sostengan sus interlocutores, así sean tesis irreductiblemente opuestas o contradictorias. Y es, en ese sentido, tan buen camarada, que apoya, no sólo las contradicciones de personas distintas, sino también aquéllas en que incurre una misma persona con pocos minutos de intervalo. El año 1926 Alekhine nos visitó por primera vez. Jugó varias partidas individuales con los mejores ajedrecistas argentinos, y las ganó todas; absolutamente todas, sin dejar para consuelo de los nuestros ni el resquicio de una tablas de condescendencia. Y a quien derrotó en forma más terminante fue, precisamente, a Villegas, ya entonces veterano del tablero, al que le anunció un mate espectacular en ¡siete jugadas!

Esta partida sensacional se había disputado en los salones del Jockey Club, institución en la que Villegas es profesor de ajedrez, entre el azorado asombro de sus condiscípulos presentes. Villegas quedó completamente volado, como quien ve visiones, y se retiró en silencio con sus amigos, por Florida, hasta la Avenida de Mayo. Al llegar a esta arteria, recuperó el habla, circunstancia que aprovechó Carlitos Portela para dirigirle la palabra:

–Che, Benito: este Alekhine es un fenómeno, y nos gana como quiere.

–Claro, hermano, ¡es fenomenal! ¡Como quiere!

Y de inmediato, quiñando un ojo a la comitiva, Portela prosiguió:

–Pero si le hubieras jugado C3T en lugar de cambiar las piezas, la partida era completamente tablas. ¿Por qué iba a ganar?

–¡Claro, hermano, que le hubiera hecho tablas! ¡Y muy fácilmente!

Y así, desde Perú y Avenida de Mayo, hasta la plaza del Congreso, Portela le fue haciendo cambiar a Villegas de opinión sobre la capacidad ajedrecística de Alekhine, en forma radical, cada veinte metros, en medio de la algarabía de los acompañantes, estimulada porque los argumentos de Villegas en pro y en contra se tornaban progresivamente pintorescos. Al llegar a la plaza, el veterano maestro no se pudo contener más, y para unificar tan dispares opiniones, exclamó a pleno pulmón, como conclusión definitiva:

–¡Convencete, Carlitos, que ese gringo nos gana a prueba de pura suerte! Y esa fue su sentencia inapelable.

Villegas, Benito, Ibáñez, Enrique (en consulta) – Alekhine, Alexander A. [C13] Buenos Aires exhibición 09.09.1926

1. d4 e6 2. e4 d5 3. Cc3 Cf6 4. Ag5 dxe4 5. Cxe4 Ae7 6. Cxf6+ Axf6 7. Axf6 Dxf6 8. Cf3 Cd7 9. Ad3 c5 10.0-0 0-0 11. c3 Td8 12. Te1 cxd4 13. Cxd4 e5 14. Cb3 Cf8 15. De2 Dg5 16. Tad1 Ah3  17. Df3 Ae6 18. Dg3 Dxg3 19. hxg3 Cd7 20. Ae4 Tab8 21. Ad5 Axd5 22. Txd5 Rf8 23. Ted1 Re7 24. Ca5 f6 25. b4 Cb6 26. Txd8 Txd8 27. Txd8 Rxd8 28. Cxb7+ Rc7 29. Cc5 Cd5 30. Ca6+ Rb6 31. c4 Cc3 32. Cc5 Cxa2 33. Ca4+ Rc7 34. b5 Cb4 35. Rf1 Cd3?! [mejor 35… f5] 36. Re2 e4?! [36… Cb4 37. Rd2 igualdad] 37. Re3 [iniciativa] Rd6 38. Rxe4 Cxf2+ 39. Rd4?! [39. Re3 Cg4+ 40. Rd4 iniciativa] 39… Ch1 40. c5+ Rc7 41. g4 Cf2 42. g5 fxg5 43. Re5 Cg4+ 44. Re6 [44. Rf5 Ce3+ 45. Rxg5 Cxg2 46. b6+ axb6 47. cxb6+ Rc6 48. b7 Rxb7 49. Cc5+ Rc6 50. Ce6=] 44… Ce3 45. Cc3 h5 46. Cd5+?? [46. Ce4=] 46… Cxd5 47. Rxd5 h4 48. Re4 g4 49. Rf4 g3 50. Re3 g5 51. Re2 Rb7 0-1

1942

Capablanca y Villegas

Capablanca era amigo de sus amigos, capaz de todas las dulzuras que brinda la amistad, y de todas las heroicidades a que obliga, era un camarada ideal. No había mejor compañero para un tute codillo. Darle un codillo al veterano Villegas, lo que es imposible por lo extremado conservador de su juego, hacía sus delicias. Festejaba alborozadamente los dicharachos y las cosas de Benito. Nos decía:

–Si yo tuviera dinero, lo llevaría a Benito conmigo por todo el mundo.

Me divierte mucho.

1946

Villegas y el Club Argentino (Portela)

Cuenta Carlos Portela:

–Cuando llego al Club Argentino para presenciar una partida de adiestramiento entre el veterano Villegas y el doctor Calandrelli, encuentro en uno de los salones al doctor Skalicka, considerando en una mesa, solo, una intrincada posición de una partida de Guimard en Praga.

Luego hablan Portela y Skalicka durante largo rato acerca de los temas del momento: el Torneo de Praga, las actuaciones de Najdorf y Guimard, el ajedrez soviético, conversación que le sirve al periodista para escribir una interesante nota en la revista Mundo Argentino, que termina así:

Cuando pienso que en realidad he abusado un tanto, aunque para bien de la confianza de mi amigo, aparece sofocado, poniendo punto final a nuestra conversación uno de los socios del club.

–¡Se equivocó Villegas! ¡Parece mentira! ¿Quieren ver?

Sin esperar que se le conteste, comienza a colocar las piezas, desbaratando la posición que el doctor Skalicka estudiaba, para mostrarme aquélla en que Benito ha incurrido, según él, en un error increíble.

¿Dar codillo a Benito? ¡Imposible!

Durante algún tiempo, se armaba en el Club Argentino una partida clásica de tute codillo, con la participación del veterano Benito Villegas, Ståhlberg, y un par de socios de la institución. Dar codillo a Benito es casi imposible, porque es tanto o más conservador en el tute que en el ajedrez. Cuando Benito dice juego, ya pueden arrojar sus adversarios los naipes sobre la mesa. Es que tiene unas cartas bárbaras. Por eso, decía Capablanca, quien también profesaba una gran simpatía a Villegas y pasaba ratos muy amenos con él:

–No hay cosa que me guste más en el mundo que darle codillo a Benito.

1948

Como gallina aporreada (Revista Qué)

En esa mesa del Club Argentino, los contertulios se desternillaban de risa. En todas las manos le tocaban a Villegas unos juegos estupendos, imposibles de perder. Y sin embargo, por una distribución endiablada de las cartas, siempre perdía Villegas y le daban codillo tras codillo, en medio de la más ruidosa de las algazaras. Ståhlberg lloraba de risa, y comentaba con los patos:

–A cada as que le fallan, Benito se encoge como una gallina a la que le pegan en la cabeza.

Villegas, profundamente sorprendido, no se cansaba, los días de los partidos y también los subsiguientes, de explicar a quien quiera oírlo, con lujo de detalles, esas manos diabólicas en que él se animaba a jugar, completamente seguro de que ganaría, y en las que, sin embargo, por una distribución maquiavélica de las cartas, le daban una ristra de codillos. En su encantadora ingenuidad, nada significaba para el veterano ajedrecista criollo la algarabía que rodeaba a esos partidos; ni nada significaba, tampoco, que sus vencedores se hicieran los desentendidos en el momento de la liquidación y que jamás le cobraran el dinero que perdía. Para Villegas era todo obra  del diablo. Pero el diablo era sueco y rubio. Se llamaba Gedeon Ståhlberg, y tenía cómplices.

1948

La maratón de Benito (León Mirlas)

El que resume toda esta etapa y le da fisonomía es Villegas, Benito, como lo llamó siempre afectuosamente la afición argentina. Villegas es el profesor, el hombre que nació para jugar al ajedrez, y a quien casi no podría concebirse haciendo otra cosa: ¡toda una vida dedicada al juego!  ¡Con decir que tiene ya unos 70 años, y sigue jugando con bríos de muchacho, y eso que empezó antes de 1900! Su resistencia física corre pareja con su talento. Se cuenta que, en cierta ocasión, empezó a jugar en un café a las cuatro de la tarde, siguió sin interrupción durante toda la noche y el día siguiente, y a medianoche lo encontraron unos amigos, tan fresco que creyeron que recién acababa de llegar.

¡No se había levantado del asiento! Toda una maratón del tablero… La historia no registra quién fue el heroico adversario que le siguió semejante tren. Suponemos que fue una posta de 8 ó 10 jugadores…

Los ocurrentes dichos de Villegas son ya proverbiales, tanto como su cordialidad y su fuerza de ajedrecista. Fue un jugador fuerte casi desde que empezó a jugar en público. Tanto que, al llegar poco después del año 900 a la Argentina el maestro Taubenhaus, contratado por el Club Argentino para darnos lecciones, Villegas se permitió la irreverencia de darle una lección a él, ganándole un match por 3:1 y dos tablas.

1949

Pomar ayuda a Villegas (Castells Méndez)

No se juega al ajedrez por dinero. Pero el jueves pasado, en el Club Argentino, jugué una partida por diez pesos con el chico Pomar. Si el españolito genial me ganaba, no era suyo el billete, como tampoco era mío si lo vencía. Junto con otros 14 aficionados que lo enfrentaron en una sesión de simultáneas, Pomar y yo, las autoridades del Club y los socios rendimos esa noche homenaje a Benito Villegas, patriarca de nuestro ajedrez, que está enfermo y no muy desahogado económicamente, en lo que se parece, por cierto, a todos los buenos ajedrecistas. A diez pesos el tablero, se reunió un pequeño fondo, que le fue entregado al inolvidable Benito en su casa. Es Maestro de Maestros, figura ilustre si las hay, del deporte argentino. Y el chico Pomar, ofreciendo su talento de tal modo al ataque de sus 15 adversarios, se despidió de la Argentina con un gesto fraterno, tan inolvidable como su apagada voz, su desaliñada apariencia, y su mágica pericia para las combinaciones del ajedrez. (…) Cuando rendí mi rey ante la maestría del chico, no quise preguntarle si volvería a la Argentina. Todos abrigamos la esperanza de su retorno. Y él, yo, todos, abrigamos también la esperanza de que, a su regreso, acuda Benito al puerto, a recibirlo, más entero que nunca, más sabio y más ejemplar que nunca.

1950

Villegas, gloria de nuestro ajedrez (Guimard)

Recuerdo mi primer encuentro en el tablero con don Benito Higinio Villegas. Fue en el Torneo Mayor de la FADA en 1934. Mis primeras partidas fueron triunfos, hasta que me tocó enfrentarle. Con las negras, obtuve un juego superior, y para concretar mi ventaja posicional ejecuté una buena combinación. Villegas, sin pensar mucho, como réplica, sacrificó una dama por torre y caballo, y como es lógico, ante el desequilibrio material descontaba el triunfo.

¡Pero cuán equivocado estaba! Mi entusiasmo fue enfriándose a medida que las jugadas se sucedían, y mientras el maestro Villegas, artista de la defensa, construía una posición inexpugnable. Aún en tal circunstancia pretendí ganar, tributo de la inexperiencia, y el maestro supo castigar mi irreverencia con una de las lecciones más provechosas que he recibido en mi carrera ajedrecística.

Su estampa

No me olvido jamás de su estampa de guerrero, y cuando paso algún tiempo sin verlo, tengo que dar una vuelta por el Club Argentino para saludarlo y charlar, aunque sea un minuto, con él; pero un minuto con don Benito Villegas suele ser una hora en el resto de encuentros que uno tiene en el día.

Nació Benito –así, Benito, a secas, para todos sus amigos, impuesto por él– el día 11 de enero de 1877, y a partir de los cinco años, cuando su tío Mariano Castellanos, jugador de la época, le enseñó a mover los trebejos, su vida, con breves e inoportunas interferencias provocadas por aquellas razones que desmenuzan y trastornan muchas vidas, estuvo dedicada íntegramente a la práctica del ajedrez. Actualmente es profesor del Club Argentino, del Jockey Club de Buenos Aires, y debe hacer de maestro de sus muchos nietecitos.

Su campaña

Hagamos lo posible para pasar por alto su campaña, que para detallarla sería necesario, no el espacio de una no, sino de varias, y aún quedaría mucho por decir. Ya en 1899 ganó un primer gran torneo en el Club del Progreso, y en 1905 el campeonato del Club Argentino, que revalidó en años sucesivos. En 1905 llegaron al país, primero, el maestro alemán Richard Teichmann, y luego Jean Taubenhaus: Benito los derrotó en sendos matches. Pasó por una cantidad de pruebas en las que siempre resultó primero o segundo, hasta llegar al año 1921,  en el que se realizó por primera vez un campeonato sudamericano en Montevideo, y en el que se clasificó segundo; y en 1922 lució el título de campeón argentino. No en vano transcurren los años, pero pese a ello, Benito es siempre seguro en su juego, impecable en los finales, un jugador temible para cualquier maestro mundial. ¡Ah, si nuestros torneos no fueran tan largos, y en donde hace falta, además de la capacidad ajedrecística probada, resistencia física, más de uno temblaría ante Benito!

Los grandes

Los chispazos, las anécdotas que se cuentan en torno al gracejo de Benito, son innumerables. Es que tiene siempre a flor de labio la salida del payador, la frase del poeta, alegre y campechana. Empecemos por su curiosa clasificación de los ajedrecistas. Para él hay tres clases bien definidas: el gato o chocolatero, el maestro, y el gran maestro.

–Y llegamos a esta posición. Ahora tengo varias jugadas buenas, pero hay una muy buena… ¡que es la que no hice! (así habla cuando recuerda su partida con Lasker)

Pregunta un recién llegado:

¿Con quién era esa partida, don Benito?

Pero che, ¡con el gran Lasker!

¿Y cómo terminó?

¡Pero hombre! ¡Hay que ver a estos gatos! Estamos examinando una posición de estudio de mi partida con el gran Lasker, y viene a preguntar cómo terminó. ¡Hay que embromarse!

Aquella partida la perdió él, pudiendo haberla ganado. Perdió honrosamente, y el mismo Lasker, campeón del mundo durante 27 años, reconoció las facultades de su contrincante. Lo mismo que para Lasker rezan sus calificativos para Capablanca y Alekhine. Son grandes, sagrados, por eso señala respetuosamente en sus comentarios:

–El gran Alekhine prefería en este momento D2A; el gran Capablanca, T1A; por mi parte, yo he jugado siempre C3AR: las tres movidas son muy buenas, ustedes pueden elegir la que gusten.

Todos los años la FADA lo designa como comentarista del Torneo de Mar del Plata. No hay quien lo haga con mayor amenidad. El trueno de su voz conmueve a la sala y se pierde en el auditórium. La última vez, mientras daba su conferencia, vino un mensajero y le habló al oído:

–¡Bueno, ahora sí que estamos arreglados!

¿Qué pasa, maestro?

¡Me piden que hable más despacio! ¿Les parece que hablo fuerte?

¡Qué esperanza, don Benito!

La concertista no opina lo mismo que ustedes.

En efecto, su voz llegaba hasta la sala de conciertos… a 50 metros…

El miércoles 11 de enero de 1949 cumplió 73 años. Querido por todos, afectos viejos y afectos nuevos, porque basta verlo para sentir crecer hacia él simpatía imborrable, Benito sigue enseñando a maestros y aficionados a través de sus análisis, cuya profundidad es apreciada por quienes han develado ya algunos secretos de Caissa, y lucen algún título como el que estas líneas escribe.

Su estilo

¡Las partidas de Benito! Quien las reproduzca se cansará de admirar algunas variantes fantásticas que pudieron haberse  producido  para ganar más rápido. Sacrificios de peones, piezas, etc. Difícilmente, a menos que sea obligado, entrará en ellas. Su plan, su estilo, es claro, límpido. Conseguida la ventaja mínima, se aferra a ella y comienza a trabajar, a veces defendiéndose, a veces atacando… ¡Ataques de 30 jugadas, lentos, desesperantes! Su adversario se siente perdido, sabe que no puede aspirar al triunfo, pero sigue porque no hay ventaja concreta… hasta que después, en la segunda sesión de  juego, ¡cae un peoncito! Casi todas las noches viene al Club Argentino. Desde que un bárbaro lo atropelló con su auto, usa bastón. Ahora ve uno en la cuadra, y se queda quieto hasta que pasa.

Dice para sí, y deja oír una corta carcajada:

–Sí, chillá, ¡que me vas a agarrar otra vez si sos brujo!

Villegas, Benito Higinio – Lasker, Emanuel [C82] Club Argentino m. 05.07.1910

1. e4 e5 2. Cf3 Cc6 3. Ab5 a6 4. Aa4 Cf6 5.0-0 Cxe4 6. d4 b5 7. Ab3 d5 8. dxe5 Ae6 9. c3 Ac5 10. Cbd2 0-0 11. De2 Cxd2 12. Axd2  Dd7 13. Tad1 Tae8 [13… Ce7 14. Cd4 Ag4 15. f3 Ah5 16. Rh1 Tae8 17.Tfe1 pequeña ventaja, Kindermann, S (2575) –Slobodjan, R (2525) Nussloch 1996] 14. Ac1 f6?! [14… Ce7 15. Cd4 Ab6 16. f4 c5 17. Cxe6 fxe6= Nota de Lasker en La Nación] 15. exf6 [iniciativa] Txf6?! [15… gxf6 16. Dd3 iniciativa] 16. Dd3?= [16. Cg5! Af7 (16… Ab6 17.   Dd3 Af5 18. Dxd5+ Dxd5 19. Axd5+ clara ventaja) 17. Dd3 Ag6 18. Dxd5+ Dxd5 19. Axd5+ clara ventaja] 16… Rh8?! [16… h6 17. Axd5 Td8 18. Axe6+ Dxe6 19. Dc2 Txd1 20. Dxd1 Dxa2 compensación] 17. Cg5 [ataque; 17. Axd5 Axd5 18. Dxd5 Td6 19. Db3 Te2 compensación. Según Lasker] 17…  Ag8?!  [17…  g6 18.  Cxe6 Dxe6 19.  Axd5   Ce5 20. Dg3 iniciativa] 18. Axd5? [18. Ce4! Ce5 (19. Cxf6 gxf6 20. Dg3 ventaja clara, Lasker] 18… Txf2= 19. Txf2 Dxd5 [19… Ce5 20. Dc2 Cg4 21.  Axg8 Dxd1+ 22. Dxd1 Cxf2 23. Cf7+ Rxg8 24. Ch6+   Rh8 (24…  gxh6??  25.  Dd5++–) 25. Cf7 pequeña ventaja] 20. Dxd5 Axd5 21.  Ch3? [21.  Ae3  Axe3 (21… Txe3 22. b4=) 22.  Txd5=] 21… Axa2 [ventaja neta] 22. Af4 Ab3 23. Ta1 Te7 24. Ag3 a5 25. Cf4 Ac4 26. h4 Rg8 27. Rh2 Axf2 28. Axf2 Td7 29. Ae3  a4 30. Te1 Te7 31. Rg3 Rf7 32. Ch3 h6 33. Cf2 Te6 34. Cg4 Tg6 35. h5 Te6 36. Td1 Ae2 37. Td7+ Re8 38. Txc7 Axg4 39. Rxg4 Txe3 40. Txc6 Te2 41. c4 Txg2+ 42.  Rf5  Txb2  43.  cxb5 Txb5+ 44. Re6 Rd8 45. Rf7 Txh5 46. Rxg7 Ta5 0-1

1950

El atornillamiento

Me apasionaban las improvisadas clases de Benito Villegas, cuando explicaba la superioridad del caballo sobre el alfil, y atornillaba las piezas sobre las casillas. Las hacía girar hasta que parecían ajustadas al tablero.

1950

Benito, observador del Torneo de Mar del Plata

Ayer finalizó exactamente la primera mitad del certamen. Y fueron triunfadores de esa primera mitad, de acuerdo con las previsiones generales, dos yugoslavos. Ambos totalizaron 6½/9, +4 =5 –0. Svetozar Gligoric y el doctor Petar Trifunovic, invictos, encabezan la tabla de posiciones. (…) El impagable Benito. Podríamos pergeñar en prosa las perspectivas de lo que aún falta para finalizar el torneo. Pero, ¿por qué no hacerlo en verso, si el torneo de Mar del Plata, de la misma manera que tiene sus grandes maestros, su director técnico, su fotógrafo, luce también su payador tradicional, el veterano maestro Benito Villegas, criollo de ley, a quién solo le falta la guitarra para decir sus décimas? He aquí la opinión de Villegas, reliquia del ajedrez nacional, que ha tenido la delicada deferencia de facilitarnos:

Pirc es un látigo afamado / Junto con Trifunovic, / Va pegado a Gligoric, / Que corre muy sofrenado. / Eliskases, que ha largado / Lejos con su redomón, / Va corriendo con acción, / Y debido a las campañas, / Si no le fallan las cañas, / Entrará en el pelotón.

1951

Mar del Plata (1) Julio viene embalado y Rossetto está verde

Ahí pasa don Benito Villegas con su airoso porte criollo, despertando la admiración de los veraneantes.

¿Quién es? ¡Qué simpático!

–Es el comentarista del torneo de ajedrez, don Benito Villegas. Fue el primer (Sic) campeón argentino. Tiene 80 años.

¡Si Benito lo oye usted no se escapa del bastonazo! Tiene apenas 73-

¿Qué tal, don Benito? ¿Qué opina del torneo? ¿Cómo anda de salud?

–¡Estoy perfectamente! Suprimí completamente el alcohol. No quiero variantes raras.

Y lanza una sonora carcajada.

–Bravísimo el torneo. Para los que van adelante, son como dos torneos en uno. ¡Qué cosa! ¡Cómo está jugando Julito! ¡Como nunca! Al final, él lo está haciendo como lo hacían los de antes. ¿Y vos, Guimard? ¡Meta tablas!

Todavía puedo acomodarme…

–Así es, pero tenés que apurarte. Miralo a Rossettito. Yo le dije antes del torneo que él no podía ganarlo.

¿Por qué, don Benito? ¿Él ya ganó uno aquí?

–¡Casualidad, m’hijito! El chico va a ser un buen maestro, pero está verde todavía. Le falta seguridad. Antes de la partida de Julio con el gran maestro Eliskases yo tiraba a cara y ceca para el primer puesto, pero ahora el chico se ha cortado, y si mantiene este embalaje, ¿cómo lo van a parar? ¿Con las manos?.

Eliskases, Erich G. – Bolbochán, Julio [A48] Zonal Sudamericano (11ª), 1951

1. Cf3 Cf6 2. d4 g6 3. Af4 Ag7 4. Cbd2 0-0 5. e4 d6 6. h3 Cc6 7. c3 e5 8. dxe5 dxe5 9. Ah2 Ch5 10. Ab5 Ad7 11. 0-0 Te8 12. Cc4 a6  13. Axc6 Axc6 14. Cfxe5 Axe4 15. Te1 Ad5 16. g4 Cf6 17. Ce3 Ae6 18. Df3 c6 19. Tad1 Da5 20. g5 Ch5 21. b4 Dxa2 22. c4 f6 23. gxf6 Cxf6 24. Cg2 Dc2 25. Td4 Tad8 26. Txd8 Txd8 27. Af4 Df5 28. b5 axb5 29. cxb5 Ad5 30. Ce3 Dxe5 0-1

1951

Mar del Plata (2) (Amílcar Celaya)

El veterano maestro Benito Villegas, espectador entusiasta y constante de una justa en la que, durante tantos años, fue actor principal, criticaba hasta hoy la escasez de partidas brillantes en este torneo. Pero la 10ª ronda parecería haberse encargado de dar un rotundo mentís al viejo maestro, gloria del ajedrez nacional. En ella hubo por lo menos dos partidas de una belleza extraordinaria, de un brillo de subidos quilates: la que ganó Julio Bolbochán a Wexler, afianzándose así al tope del cuadro de posiciones y restando peligrosidad a su adversario ocasional que le seguía a medio punto en la tabla; y la que finalizó con mate en dos jugadas, iniciado mediante una elegante entrega de dama que ofrendó el representante local Reinhardt al brasileño Fernando de Almeida Vasconcellos. El propio Benito Villegas quedó tan entusiasmado de la partida que ganó Bolbochán, que dirigiéndose airadamente al enviado especial de este diario, le dijo:

–¡Esta sí es una partida para publicar, y no las partidas macanas que has venido publicando hasta ahora!

Bolbochán, Julio – Wexler, Bernardo [E19] Zonal Sudamericano (10ª), 1951

1. d4 Cf6 2. c4 e6 3. Cf3 b6 4. g3 Ab7 5. Ag2 Ae7 6.0-0 0-0 7. Cc3 Ce4 8. Dc2 Cxc3 9. Dxc3 Ae4 10. Td1 c6 11. Af4 d6 12. c5!? [12.De3 d5 13. Tac1 Cd7 14. cxd5 cxd5 15. Ac7 De8 16. Db3 pequeña ventaja, Bouwmeester, H-Yanofsky, D/Beverwijk 1952] 12… bxc5 13. dxc5 d5 14. Cd4 Axg2 15. Rxg2 Dc8 16. e4 dxe4 17. Ae5 Af6? [17… Td8 18. Axg7 Td5 19. Ah6 e5 20. Ce2 Df5 complejo] 18. Axf6 gxf6 19. Ce2?! [19. Cb3ventaja neta] 19… Rg7 20. Td6 Cd7? [20… e5 21.De3 Dg4 22. Cc3 iniciativa] 21. Cf4+– Ce5 22. Te1 Td8 23.Ch5+Rg6 24. Cxf6 Txd6 25. cxd6 Cf3 [25… Rxf6 26. Txe4+–] 26. Txe4 Cg5 27. Tg4 h5 28. Txg5+ Rxg5 29. De5+ Rg6 30. h4 1-0

Reinhardt, Enrique – Vasconcellos, F. [E14] Zonal Sudamericano (10ª), 1951

1. d4 Cf6 2. c4 e6 3. Cf3 Ab4+ 4. Cbd2 b6 5. e3 Ab7 6. Ad3 Ae4 7. Ae2 0-0 8.0-0 Ab7 9. Ad3 Ae7 10. b3 d6 11. Ab2 Cbd7 12. e4 e5 13. De2 exd4 14. Cxd4 Cc5 15. Ac2 Ce8? [15… Cfd7 16. b4 Af6 17.bxc5 dxc5=] 16. f4 [ventaja clara] Af6? 17. e5+– Ae7 18. Cf5 Ac8 19. Cxe7+ Dxe7 20. b4 Cb7 21. Dd3 g6 22. Tae1 Af5 23. Ce4 dxe5 24. fxe5 Td8 25. Dg3 Ae6 26. Cf6+ Rh8 27. Dg5 Cxf6 28. exf6 Dxb4 29. Dh6 Tg8 30. Txe6 Dxb2 31. Te4 g5 32. Dxh7+ 1-0

1951

Villegas y Ståhlberg (Lipiniks)

Las habituales llegadas de Villegas al Club Argentino, ya por la noche, consistían en pararse en la arcada que daba a la calle Paraguay y dedicar una puteada general a todos los concurrentes. Cuando empecé a ir creo recordar que el Club estaba en la calle Arenales. Allí concurría asiduamente el gran maestro Ståhlberg, que solía llegar más tarde que Benito. Villegas estaba siempre analizando posiciones, o jugando partidas. A propósito de la posición que tenía en ese momento, le preguntaba al sueco:

–Che, gringo, ¿quién te parece que está mejor en esta posición? Ståhlberg contestaba:

–Con las blancas gano.

Y se daba vuelta, enfilando para la sala de bridge. Antes de seguir, se paraba y continuaba diciendo:

–Ah, y con las negras también.

Ocurrencia que era festejada con una inevitable puteada de Benito

1951

Los “alumnos” de don Benito

El Torneo Mayor de 1951 se inició en el Club Argentino, y continuó en el Club Jaque Mate, y finalizando en el Círculo de Ajedrez. Cumplida la 5ª ronda, encabezaban la tabla dos valores jóvenes: Rubén Shocrón y Fernando Casas, con 4½. De los jugadores condicionales destácase Alberto Foguelman, que venció muy bien a Benko y Rebizzo, y empató con Shocrón y Luckis. Para el concepto que Najdorf tiene del juego ciencia, que según él debe ser un combate permanente, Foguelman acusa los relieves de un valor llamado a consagrarse. Los participantes deben andar con cuidado. La mayoría, y sobre todo los jóvenes, están bien preparados. Prueba de ello es la partida de Piro con Casas, en la que aquél realizó un sacrificio de pieza que le daba posición de ataque, pero no un ataque con suficiente solidez como para justificar la entrega. Lo curioso es que Casas conocía el estudio casero de su rival, y hasta la manera de refutarlo. ¡Se lo había enseñado nada menos que don Benito Villegas!

Piro, Antonio – Casas, Fernando [A09] Torneo Mayor (2ª), 14.08.1951

1. Cf3 d5 2. c4 d4 3. b4 f6 4. Ab2 e5 5. e3 dxe3 6. fxe3 Axb4 7. Cxe5? [7. c5 Axc5 8. Ac4 complejo] 7… fxe5 8. Dh5+ Rf8 9. Dxe5 De7 10. Df4+ Cf6 [ventaja neta] 11. Ae2 Ad6 12. Df2 Re8 13. Cc3 Tf8 14. Dh4 c6 15.0-0 Cbd7 16. Tae1 Ce5 17. d4? [17. Ce4 Cxe4 18.Dxe4 Txf1+ 19. Txf1 g6 ventaja clara] 17… Cg6-+ 18. Dg5 Cg4 19. Txf8+ Cxf8 20. Dxe7+ Rxe7 21. h3 Cf6 22. e4 Ab4 23. e5 Ce4 24.Tc1 Cxc3 25. Axc3 Axc3 26. Txc3 Ae6 27. Rf2 Cg6 28. Af3 Td8 29.Re3 Ch4 30. d5 Cxf3 31. d6+ Rf7 32. Rxf3 Tf8 0-1

1952

Su fallecimiento I (Paulino Alles Monasterio)

El ajedrez argentino ha experimentado una sensible pérdida con la desaparición del maestro Benito Higinio Villegas. Era la suya una figura patriarcal, venerable, con más de medio siglo de incansable actividad en primera  línea.

Era el nexo viviente con otra época que él había vivido en su juventud, a fines del siglo pasado. Recordaba las reuniones ajedrecísticas en casa de los antiguos aficionados, en el Club del Progreso, en el Lloveras, en la Cervecería Aue’s Keller, donde funcionó el Club Internacional hacia 1897 y luego el Círculo de Ajedrez hasta 1900. Ahí conquistó un segundo puesto, detrás de su fundador y primer presidente, Julio Lynch, entre 19 contendores. Tenía en ese momento 22 años. Esa victoria puso de relieve una vocación firme hasta el último día de su existencia, y marca una rivalidad con Lynch que iba a durar toda una vida, sostenida con un espíritu caballeresco que ha quedado como ejemplo. El Club Argentino, del que Villegas era Socio Fundador y Honorario, fue después campo continuo de la misma emulación. Tenía Villegas 28 años cuando logró superar al renombrado maestro alemán Richard Teichmann, la primera victoria de uno de los nuestros sobre el ajedrez magistral europeo.

Villegas fue un enamorado de lo nuestro. Había sido criado en la estancia paterna, y quizá por eso fuera el más consumado ‘caballista’ de nuestros jugadores. Tendría alrededor de 60 años cuando lo vimos revolear la pierna por encima de un flete, una tarde, en la quinta de Piazzini en Castelar, con esa agilidad que sólo conservan los que de niño se prendieron en las crines de un petiso para montarlo. Aquella facilidad explicaba mejor lo ambiguo de esa frase suya: los alfiles son más ágiles, pero los caballos son más nobles. Y no era una simple frase, sino una convicción. Cuando le tocó medirse con el doctor Tartakower en un cotejo de responsabilidad, confió su partida a los dos pingos. El resultado adverso no anula su espléndida labor de seis horas, arruinada en un solo instante: los nobles caballos de Villegas ya habían demostrado ser más eficaces que los ágiles alfiles de Tartakower. Era un roble de antigua raigambre salteña. Nació y creció sobre esta tierra, y no hubiera podido crecer en otra.

Villegas, Benito H. – Tartakower, Savielly [B72] Buenos Aires Geniol (9), 1931

1. e4 c5 2. Cf3 Cc6 3. d4 cxd4 4. Cxd4 Cf6 5. Cc3 d6 6. Ae2 g6 7.Cb3 Ag7 8. Ae3 a6 9. f3 Ae6 10. Cd5 Cd7 11. c3 0-0 12. a4 Tc8 13. a5 Cce5 14. Ab6 Cxb6 15. Cxb6 Tc7 16. Cd4 Ac4 17. f4 Axe2 18. Dxe2 Cd7 19. Cd5 Tc8 20.0-0 e6 21. Ce3 Cc5 22. Dc2 Dc7  23.Tfd1 Tfd8 24. b4 Cd7 25. Tac1 Cb8 26. Dd2 De7 27. Tc2 Td7  28.Cf3 Df6 29. Cg4 De7 30. g3 Tdc7 31. Tdc1 Cd7 32. Dd3 Cf6 33.Cf2 d5 34. e5 Cd7 35. Te1 Cb8 36. Cd1 Cc6 37. Tce2 Af8 38. Tb2 Dd7 39. Tb3 Ca7 40. Cd4 Da4 41. Db1 De8 42. Te3 Cb5 43. Ce2 Dc6 44. Td3 b6 45. Cd4? [45. axb6 Dxb6+ iniciativa] 45… Cxd4 46. cxd4 b5?! [46… bxa5 47. Tdc3 Db6 48. Txc7 Dxd4+ ventaja clara] 47. Ce3 Dc1+ [pequeña ventaja] 48. Rf2 Ae7 49. Td1 Dc6 50. Db2 De8 51. Dd2 Tc6 52. Tb2 Df8 53. Tdb1 T8c7 54. Tb3 Dc8 55. T1b2 Tc1 56. Rg2 Rh8 57. Ta2 f5 58. exf6 Axf6 59. Tbb2 T1c3 60. Cg4 Ag7 61. Ce5 Axe5 62. fxe5 Df8 63. Df2 Tf7 64. De1 Tc4 65. De3 Txb4 66. Tf2 Tc4 67. Txf7 Dxf7 68. Tf2 De7 69. Df4 Rg7 70. h4 b4 71. h5 gxh5 72. Df3? [72. Dd2 b3 iniciativa] 72… Txd4 73. Dxh5  Te4 74. Tf6 Txe5 [ventaja neta] 75. Dh6+ Rg8 76. Df4? [76. Dh4 Dc5] 76… Te2+ 77. Rh3 Te4-+ 78. Db8+ Rg7 79. Tf4 Txf4 80. gxf4 d4 81. Db6 d3 82. Dd4+ Df6 83. Dxb4 Df5+ 84. Rg3 Dd5 85. De7+ Rg6 86. De8+ Rf5 87. Dh5+ Re4 88. Dxh7+ Re3 89. Da7+ Dd4 90. Dxa6 Dxf4+ 91. Rh3 d2 92. Dxe6+ Rf2 0-1

1952

Su fallecimiento II (José María Suárez)

Rumbo a los celestes astros, ha partido esta figura patriarcal de las calles porteñas. Bastón en ristre, el cigarrillo sobre los labios sonriendo eternamente, hebras de plata coronando su testa erguida aún, luego de siete décadas, Benito Villegas fue la encarnación de un pasado que a través de su amenísima charla, adquiría la sugestiva entonación de las cosas nuestras. Tan nuestros se hicieron sus dichos, que aún hoy, fresca su desaparición, en los salones de juego de los clubes porteños, repiquetea en los oídos: “No eras gato, m’hijo…”; “Pero che, ¿en qué categoría militás?…”.

Estas humildes líneas son un pobre homenaje a la memoria de quien fuera mi maestro, y me honrara con el valor inapreciable de su amistad. No he podido evitar que una lágrima rebelde borroneara el papel… “Cien veces te caes, y otras tantas te levantas”, fue su lema imperecedero. Tuvo una vida sobria, dedicada por entero al ajedrez. Sus interminables partidas en el Club Argentino, del que fue socio fundador, primer campeón y luego profesor insustituible de su sala de juego, y que luego se proseguían en la mesa solitaria de un café de la calle Sarmiento, serán recuerdos históricos en el futuro, puesto que  las generaciones venideras, haciéndose eco del progreso humano, podrán jugar mejor que el viejo maestro, pero para triunfar tendrán que abanderarse en las cualidades “Benitianas” (Sic): Voluntad y Paciencia. Benito Villegas. Adiós, Benito. Hasta que en el tablero estrellado del cielo azul y blanco podamos jugar otra vez la partida celestial que Dios, nuestro Señor, contemplará satisfecho desde su trono inmanente.

Benito Villegas

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