Por Sergio Negri
El vínculo de Ingmar Bergman con el ajedrez, más allá de su relevancia impar, no se limita a la experiencia de El Séptimo Sello ya que, antes y después, lo contempló de formas diversas en su vasta e influyente cinematografía.
La primera vez que lo muestra es en Sommarlek, Juventud divino tesoro como se llamó a este film en la Argentina y el Uruguay, aunque una traducción más exacta es Juegos de verano, nombre con el que se lo conoció en España. Esta película, realizada también en blanco y negro, fue estrenada en Suecia en 1951, mas su repercusión mayor se dio a partir de su presentación fuera de las fronteras de su país, más exactamente al ser proyectada en el marco del Festival de Cine Internacional de Punta del Este (República Oriental del Uruguay) en 1952, comenzando el idilio de Bergman con Sudamérica..
En efecto, es habitualmente reivindicado que el sueco tuvo un primer mayor reconocimiento en los países ubicados a ambas orillas del Río de la Plata (y también en Brasil) y, sólo después, habrá de adquirir fama más global. De hecho, este film cayó en la indiferencia absoluta cuando fue proyectado en el Festival de Venecia (Italia) de 1954.
Se trata de la historia de una bailarina (Marie), que se enamora de un joven (Henrik), quien muere al dar un salto al mar desde las rocas, mientras las risas de ella se transforman en un inmediato gesto de horror, al observar el hecho y comprobar la crueldad del destino que transformó, en un instante, la mayor de las dichas en la más absoluta de las desesperaciones. Tiempo después la mujer, que ya no volvería a ser la misma tras aquella tragedia ocurrida en un verano en el que los jóvenes se conocieron y enamoraron, reflexionará sobre esas jornadas recordando que se trataba de:
“Días como perlas, brillantes, colocadas en cuerdas doradas… llenas de juegos y caricias. Noches hechas de sueños despiertos, Donde no hay tiempo para dormir”.