Mujica Láinez y el ajedrez en el mágico clima de la novela Bomarzo

Por Sergio Negri

Manuel Mujica Láinez (1910-1984), el gran novelista argentino, nos habló del ajedrez en su obra maestra Bomarzo de 1962 cuando, en su propio inicio, y en un capítulo que del todo convenientemente se titula El horóscopo, comienza muy hermosamente señalando:

Sandro Benedetto, físico y astrólogo de mi pariente el ilustre Nicolás Orsini, condottiero a quien, después de su muerte, compararon con los héroes de la Ilíada, trazó mi horóscopo el 6 de marzo de 1512, día en que nací a las dos de la mañana, en Roma. Treinta y siete años antes, el mismo 6 de marzo pero de 1475, a las mismas dos de la mañana, había visto la inquieta luz del mundo en una aldea etrusca Miguel Ángel Buonarotti.  La concordancia no fue más allá de un fortuito coincidir de horas y de fechas. En verdad, los astros que presidieron nuestras respectivas apariciones en el ajedrez de la vida, dispusieron sus piezas en el tablero para muy distintas jugadas. Cuando nació Buonarotti, Mercurio y Venus ascendían, triunfales, desnudos, hacía el trono de Júpiter…”.

En el ámbito palaciego, el ajedrez era un pasatiempo preferido, lo que se desprende de este pasaje:

«Y yo, multiplicándome dejaba las salas donde se curvaban los danzarines y donde el duque de Urbino jugaba al ajedrez con el duque de Mantua, bajo los ojos críticos del cardenal Hércules Gonzaga, para subir a mi habitación y probarme una vez más el manto que revestiría en la ceremonia, el cual con sus rellenos, constituía un prodigio escultórico y arquitectónico».

Avanzado el relato, se utiliza al juego en tanto símbolo de orden:

«Anduve hasta tarde, con Silvio, por el bosquecillo tenebroso en el que las rocas extrañas emergían como quimeras familiares […] Ahora que me enfrentaba por fin con el coronamiento del esfuerzo largo y que ya no podía distraerme ubicando estatuas y ordenando decoraciones, porque cada cosa ocupaba su sitio dentro del ajedrez de bustos y de figuras míticas, el miedo que se agazapaba en mi interior me invadía, me ahogaba y me impelía a seguir andando, como un autómata, por los senderos lunares. Tenía miedo de Julia».

Otro uso que hace el autor del término ajedrez es como parábola de los juegos políticos. Cuando habla del momento en que Carlos V se traslada a Nápoles, intentando amigarse con el papa y con la poderosa familia de los Medicis, dirá:

«En Nápoles se jugaría una partida más del ajedrez complejo y eso explica —más aún que la urgencia palaciega de congratular al César por su triunfo sobre el musulmán— el extraordinario golpe de gente que acudió a recibirlo». 

En ese mundo aristocrático reflejado en Bomarzo, tan espléndidamente por Manucho Mujica Láinez, las enseñanzas naturalmente también debían incluíar al ajedrez, tal como se desprende del siguiente pasaje:

“Tanto Horacio como su primo Nicolás fueron educados de acuerdo con lo que correspondía a su posición en el mundo. A medida que transcurría el tiempo, se los vio afanarse con espadas, ballestas y puñales; cabalgar con destreza; entusiasmarse ante las hazañas de los halcones —y en ello advertí el vigor de la sangre de mi abuelo, el cardenal Franciotto, organizador de las cacerías del papa—; aprender los secretos del ajedrez, para lo cual empleaban un juego admirable que había en Bomarzo, ejecutado por Cleofás Donati utilizando un hueso de búfalo negro, y que me regaló Isabel de Este; y estudiar lo menos posible”.

Por supuesto que el juego, que había entrado en la Edad Media en Europa donde adquirirá elevada reputación intelectual y una práctica social impar, no podía estar ausente de esta gran novela ambientada en la Italia del Renacimiento.

Manuel Mujica Láinez (¨Manucho»)

En El unicornio, Mujica Láinez quedó temporalmente radicado en la Edad Media y con eje geográfico original en una Francia que miraba a oriente en sus reivindicaciones religiosas por lo que el ajedrez, teniendo en cuenta esas coordenadas, volvió a tener importante acto de presencia.

En este novela, que tiene como relatora a un hada, de nombre Melusina, se cuenta especialmente la historia de Aiol, uno de sus vástagos, quien tiene un unicornio y el propósito de ir a Petra para obtener una lanza sagrada. En el desarrollo de una novela ambientada en la época de las cruzadas, surgen las siguientes expresiones de tono ajedrecístico:

«Y en seguida reconocí la hoja de la espada de Raimondín, que pugnaba por tajarse un paso en los tablones; la reconocí porque yo misma se la había regalado , como tantas y tantas cosas, desde sus palacios hasta sus juegos de ajedrez y sus anteojos de cristal de roca y de berilo y sus grandes copas de plata tachonadas de esmaltes y de perlas» (cosas valiosas y muy personales, entre ellas nuestro ajedrez).

«Pero el bravo Ozil no se resignaba a perder el tiempo…Por la tarde jugaba al ajedrez -que es juego de señores y como tal no faltaba en el equipaje de Ozil-…«. (el ajedrez, lejos de ser una pérdida de tiempo, y como «juego de señores», epítome del clásico «juego de reyes»).

«Surgió así una amistad singular, compleja como una partida de ajedrez. Ambos contendores movían las piezas hasta el límite posible que no traicionaría lo más hondo de su juicio…» (el ajedrez como símbolo de amistad y, en el caso, en una relación que parecía irreconciliable, la de quien va a Jerusalen a batallar contra el musulmán y la de quien permanece en casa defendiendo su terruño).

«Antioquía quedaba a un paso, y Boemundo, que se aburría en su tienda, jugando al ajedrez con el conde, echaba mano de cualquier pretexto para escapar a su propia bruja y hacia sus tabernas queridas.» (el ajedrez, ahora sí como pasatiempo, mientras se espera destinos mejores).

«Estábamos en Jerusalén (…) cuando fuimos arrancados de ese edén doméstico para precipitarnos en el centro mismo de la encarnizada guerra. Aiol y Lybistros, el secretario bizantino del amo, jugaban al ajedrez…» (el ajedrez como pasatiempo, y con la conexión de Bizancio, una de las puertas de acceso del juego de origen oriental a Europa).

«¡Vamos! (…) ¡El rey nos reclama! ¡Saladino avanza, rumbo a Gaza, con una hueste tan numerosa que cubre al desierto! Tumbárose, como muertas, las piezas del ajedrez» (el ajedrez como preámbulo de otras batallas más reales).

«El inagotable Saladino volvió a invadir Jerusalén. Encerrados con Mercator en la habitación que Reinaldo de Sidón nos concediera, consagramos la mayor parte de nuestro tiempo a jugar al ajedrez, a analizar las escenas desarrolladas en palacio y en aventurar hipótesis en torno de la extraña mujer que sacrificaba su vida junto al monarca» (el ajedrez, nuevamente, como parte de las diversas inquietudes intelectuales).

Mujica Láinez mencionará también al juego en El laberinto, relato que se sitúa en la España del Siglo de Oro. Allí un par de circunstantes jugaban al ajedrez y a los naipes, todo un clásico de tiempos diversos, y también para definir características urbanas:

«En cuanto a las calles, las rectas y las travesías, si bien el fundador las trazó geométricamente, adoptando el dibujo de un tablero de ajedrez…».

La más interesante mención ajedrecística se lo emplea narrativamente como parábola al decirse (en el contexto de un personaje que menciona el hecho de que los individuos que poblaron su primera juventud se han turnado para reaparecer, con sombras y luces, para advertirle que:

«…el Destino juega con nosotros un misterioso ajedrez, en el cual, y contra las que imaginamos ser las reglas del juego, las piezas eliminadas regresan al tablero, cuando no se las tiene en cuenta ya, desconcentrándonos, alegrándonos o aterrándonos, como emisarios repentinos de nuestra conciencia.«.

Finalmente, se transmite la idea de que nosotros, como personas, podemos ser peones de un juego dirigido en forma externa, lo que se deriva de este pasaje:

«…el Escorial hubiera sido mi destino. A ello aspiraba mi padre, quien barruntó usarme como una pieza más del ajedrez cuyas jugadas tendían a dar jaque y mate a la Orden de Santiago».

En esas condiciones, el camino de la carrera sacerdotal del hijo parecía estar previamente marcado.

Algunas ideas similares emplea el autor en Invitados en el paraíso, en donde se menciona, por ejemplo, y algo trágicamente, lo siguiente:

«..observar los movimientos de los otros, sus rentas, sus alianzas, sus enfermedades, sus vestidos y sus perspectivas de herencia, en una palabra lo que se llama ´la situación´ de cada uno, para apreciar su posición justa en el tablero de ajedrez que, a pesar de la aparente inamovilidad expugnable de las piezas en las casilleros ganados a fuerza de dinero y de tradición mundana, cambia siempre, pues los peones son devorados en inevitables jugadas sucesivas, y los reyes y las reinas se saludan sin cesar mientras caminan con lentos pases de baile hasta su muerte».

Y regresando a la idea de que somos piezas del Destino, Mujica Láinez dirá:

«…la señora Tití carecía de los directos recursos que le hubieran permitido ubicar las piezas humanas lógicamente en su ficticio ajedrez, a medida que los años transcurrían, de acuerdo con las jugadas burlonas del Destino…».

©ALS, 2021

Nota relacionada:
La Astrología y el Destino: Manuel Mujica Láinez. Por Silvia Méndez. En https://ajedrezlatitudsur.wordpress.com/2021/09/11/la-astrologia-y-el-destino-manuel-mujica-lainez/.

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